La película se basa en los recursos convencionales del found footage y las historias de posesiones. Se hubiera beneficiado de suprimir la abundancia de referencias y homenajes que la hacen sentir saturada.
La dinámica narrativa de esas desventuras es convincente, avanzando de manera fluida, aunque brilla más en las escenas de acción que en los momentos románticos, donde Ferry revela su lado más introspectivo.
Esta obra opta por plantear más preguntas que respuestas, presentando diversas líneas de debate sobre el difícil tema que aborda y permitiendo que cada espectador forme sus propias conclusiones.
Brizé evita los clichés y la seriedad típica de las películas de época, desarticulando la obra de Maupassant a través de una secuencia de brillantes flashbacks.
Todas las decisiones de la puesta en escena crean una tensión constante. Sin embargo, la película pierde parte de su impacto debido a ciertos esquematismos en el guión.
Al ser una película de bajo presupuesto, Frédéric Jardin tuvo que ser ingenioso ante la falta de recursos. Sin embargo, logró afrontar esa dificultad de manera efectiva.
La importancia de la historia radica más en su simbolismo que en la verosimilitud. A pesar de las licencias creativas que toma, el mensaje subyacente es lo que realmente destaca.
Esta película, sencilla y equilibrada, ofrece un gran contenido que sorprende por su notable madurez, considerando que es el primer trabajo de su directora.
La película logra condensar con criterio y eficacia las múltiples facetas de la incendiaria personalidad de Vargas, combinando su propia voz con la de unos cuantos allegados y varios registros de archivo de sus performances en vivo.
La historia es bastante tradicional, utilizando elementos de melodrama ligero. Se asemeja más a la sutileza de las obras de James Ivory que a la intensidad de los clásicos culebrones televisivos, careciendo de grandes sorpresas.