Visualmente imponente, con un desarrollo lento pero firme que retrata el encuentro de dos hermanos que son "el agua y el aceite" y que desemboca en un final que es pura emoción.
Llena de acción y de un espíritu épico, la escena de la carrera de carros es soberbia, rodada con un estilo realista y dramático que transmite gran tensión. Esta es una gran oportunidad para que las nuevas generaciones de espectadores se familiaricen con una de las narrativas más cautivadoras de la literatura universal.
Es un entretenimiento muy cuidado, bien elaborado desde la estética y los efectos, concebido para el disfrute del público ATP que augura buenas continuaciones y un bienvenido regreso de las criaturas más populares del horror gótico.
Sin ser una maravilla, es una honesta película de aparecidos que, al finalizar, invita al espectador a investigar un poco más sobre esa exótica mansión.
En los rubros técnicos hay que decir que se nota una excesiva influencia pictórica lo que hace que la puesta y la luz sean tan elaboradas que resulten artificiales. Es una cinta demasiado prolija para una historia que se supone transgresora y rebelde.
Quizás no sobreviva en la memoria de los espectadores como otras exponentes del género. Sin embargo, logra hacer suya una fórmula que a pesar de haber impregnado mucho celuloide a lo largo de los años aún sigue funcionando y conmoviendo.
Más festivalera que industrial, es una cinta con grandes valores artísticos, pero de desarrollo lento. Un metraje que puede resultar extenso, sobre todo a la hora del clímax que parece nunca llegar.
Robert Zemeckis dirige esta destacada película de época, inspirándose en los clásicos del género y rindiendo homenaje a obras legendarias como Casablanca y al cine de Hitchcock. Las dos horas de duración se disfrutan sin esfuerzo y el resultado es más que satisfactorio.
Burton narra esta fábula fílmica, con la pericia y buen gusto que lo caracterizan. La atmósfera gótica de los escenarios, los colores estridentes de la fotografía, la música de misterio, y los personajes tristes, bizarros pero cautivantes son el sello de autor que resulta inconfundible.
Combinando misterio, muertes y corrupción, la de Edward Norton es una película inteligente y atrapante, un tipo de cine que es cada vez más difícil de encontrar.
Una travesía marítima filmada con excelente pulso por el director Craig Gillespie, un elenco que cumple con creces en este exponente que se desataca como lo mejor del cine catástrofe de los últimos tiempos.
Este drama de época sutil, narrado con estilo, se sostiene sobre todo por la tremenda y conmovedora labor interpretativa de Saoirse Ronan. Una composición que se hace fuerte en las palabras pero también en las miradas.
La trama puede sonar previsible, y el nivel de tensión nunca logra explotar. Pero los diálogos están muy bien construidos, combinando fuerza dramática con algunos pasos de comedia, los justos para descomprimir.
No se trata de una película complaciente, ni de un personaje tallado en bronce, esta Jackie es humana, sufre, está desgarrada y nosotros podemos sentir y compartir ese dolor. Por eso, la película funciona y toca las fibras más íntimas de los espectadores.
Sin subir a un pedestal al asesino, la película tampoco juzga ni toma posición, simplemente nos sumerge en la mente de un psicópata, tan peligroso como atractivo. La seducción del mal en su máxima expresión.