Puede resultar excesivo y hasta extenuante para un espectador desprevenido, pero se agradece que una película sobre este tema y de esta naturaleza se escribiera y filmara respetando lo ineludible: la profundidad y la riqueza de las palabras y su capacidad de agitar las pasiones humanas.
La puesta en escena y el diseño de la producción reflejan un esfuerzo meticuloso y detallado. El escenario, con su inevitable toque bucólico, se captura con delicadeza, mientras la tensión se incrementa de manera casi imperceptible.
El grotesco se alterna y se mezcla con escenas crudas, violentas y muy explícitas en una historia atiborrada, tan recargada de hechos, situaciones, escenas que con ella se podrían haber hecho tres películas.
Parece ignorar los códigos esenciales y las convenciones mínimas de este subgénero y, lo que es peor, lo que el público sabe acerca de éste. Violenta y predecible.
Hay una aproximación intimista y una interpretación llena de veracidad y sin aspavientos de los trastornos psíquicos del protagonista. Es también una gran y bella historia de esperanza.
El extraordinario uso del lenguaje cinematográfico es una clase para cualquier cinéfilo y es el valor en sí de 'Wakolda', superando el interés que pueda o no despertar el tema de fondo en sí mismo.
Es un interesante ejercicio reflexivo, de perspectiva aguda, capaz de iluminar el presente y jugar a la parodia. De paso, brindó aires insospechados a las disímiles carreras de Gosling y Crowe.
Lo mejor que se puede decir de 'El conjuro' es que es entretenida, que consigue la atención del espectador en un bien armado juego de ir agregando de a poco los elementos que ya todos sabemos que salen al baile en una historia así.
Buena parte de la película —fácil su primera hora— resultará farragosa e ininteligible para el espectador desprevenido. Aún así, esta es una película —como historia y como cine— muy interesante.
Estamos hablando de un guión espléndido, agudo, cuyos diálogos sosos se escuchan como la cadencia de este zumbido de testosterona liberada y concentrada en una ciudadela.
El estilo del filme está marcado por el carácter y la personalidad del protagonista: la cámara y las imágenes son “sucias”, urgentes, un campo de batalla.
Se trata de una espléndida y original pieza de cine negro, que traspasa con largueza las fronteras en que se ha movido este subgénero, y que circula también muy eficazmente en las arenas movedizas del thriller y el drama sicológico.