Lo destacado de esta obra, que se presenta como una «dramedia con números musicales», es que en varios momentos logra cumplir con las expectativas que genera su atrevido concepto.
El enfoque narrativo de Sean Ellis es inicialmente sereno y sutil, pero a medida que la tensión existencial crece alrededor de los personajes, se transforma en una poderosa expresión narrativa.
Cuando la directora se aleja del formato tradicional del busto parlante, la película logra despegar, manteniendo su valor educativo y su capacidad de generar indignación.
El problema radica en todo lo que no involucra a Boon; la película presenta un chiste singular que no se desarrolla ni se enriquece. Boon merecía un proyecto cómico que estuviera a la altura de su talento.
A pesar de la cercanía entre los personajes, la película presenta escasos diálogos y una abundancia de primeros planos silenciosos. Este enfoque narrativo, similar al estilo de ciertos festivales de cine, resalta la habilidad de Collel en su trabajo.
Orr amplía un corto previo con los mismos protagonistas, ofreciendo un documental de seguimiento. Explora la intimidad familiar de manera cercana y significativa.