Los hitos históricos que pretende revivir no pasan de estampitas ilustradas. Charlize Theron interpreta con maestría el único personaje destacado de la función.
No teman, que esta película no se mete en muchos berenjenales. Su mérito reside en ilustrar un episodio de la vida del mimo Marcel Marceau que muchos desconocíamos y su defecto, darle el papel a Jesse Eisenberg.
Lo que salva a esta Marguerite es el recurso a la voz en off, que permite que la tensión entre palabra e imagen se manifieste de manera efectiva. En ese momento, la película cobra vida, dejando atrás la mera narración para convertirse en un verdadero ensayo.
No es solo un documental; aunque utiliza de manera excepcional material de archivo, sus reflexiones trascienden lo meramente factual, lo que convierte esta singular propuesta en una obra realmente fascinante.
El problema de esta generalmente apreciable película es que opera con un fuera de campo tan amplio que el espectador difícilmente podrá comprender y. por lo tanto, traducir en algo significativo.
El director ha interiorizado las enseñanzas del maestro Hitchcock. Además, el desempeño de un par de actrices poco conocidas pero sobresalientes ayuda a mitigar una cierta lentitud general de la película.
Hay una discusión sobre los artífices del montaje y quienes brindan una lección magistral en el análisis formal. Todo esto se desarrolla sin perder un sentimiento general de asombro y maravilla ante la escena.
Quizá es demasiado respetuosa con su protagonista. Ese veredicto histórico no justifica completamente la relativa ausencia de emoción en la película. Entre sus mayores logros se destacan sus observaciones críticas.
Jenkins vuelve a demostrar su amplio talento. La belleza de la película se sostiene en la cinematografía de James Laxton, la exquisita partitura de Nicholas Brittell y un concepto narrativo que es un logro del guión y la dirección.
Si les gustan este tipo de relatos de espías, disfrutarán con una película que sabe recuperar en su diseño de producción ese aspecto sórdido de colores terrosos que asociamos con ellos.
Viene a demostrar que el sueño americano es un columpio desbocado. La película resulta absorbente y presenta no solo un tercer acto, sino también un cuarto y hasta un quinto.