El eje del relato es la confrontación del músico consigo mismo, entre el hombre que quiere ser común y el genio que lo desborda una y otra vez. Es una idea sencilla, lo que no impide que la película trate de ser ambiciosa, como corresponde a una rareza.
Larraín dirige con gran maestría. Sus películas son capaces de transmitir una mezcla de sentimientos que van desde lo épico hasta lo melodramático, destacándose como uno de los pocos que logra capturar la esencia del paisaje chileno de manera poderosa. Además, su comprensión de cómo la metáfora visual puede profundizar los significados es notable.
Weide recoge, correctamente, la relación de Allen con las mujeres, que está en el centro de algunos de los momentos memorables de su cine. Registra de una manera aguda sus singulares métodos de trabajo.
El mecanismo de 'Dios mío, ¿qué hemos hecho?' se basa en la acumulación de lugares comunes y estereotipos étnicos, equilibrándolos con otros similares en un enfoque amable, que evita la culpa y la profundidad. Esta estrategia sirve para disimular su moral subyacente.
Cuando un desenlace resulta tan confuso como el de esta película, es señal de que alguien ha fallado en su labor: puede ser los guionistas, los productores, el director o el diseñador de producción; uno o más de ellos.
La elegancia y la seguridad con que filma Mackenzie permiten que la tristeza presente en la historia se refleje con una ternura otoñal, melancólica y fatalista. Este tipo de paradojas son la esencia de las grandes películas.
Es una película compleja que puede parecer menos de lo que realmente es. Es posible que necesite ser vista más de una vez para poder valorar su verdadero impacto.
Si Linklater sigue con su enfoque de documentar a la pareja cada diez años, como ha hecho hasta ahora, logrará crear un mapa del amor a lo largo de la vida, un proyecto que podría ser el más ambicioso en la historia del cine.
Con 'Graduación', Mungiu ha conseguido una película enervante y angustiosa, sobre todo porque instala esas emociones en el espectador antes que en los personajes.
No es cine. Es televisión en pantalla grande. Su lenguaje, su lógica, su modalidad narrativa, su manera de encuadrar, son televisivos y no se elevan por sobre el techo de los programas de entretención.
Al fin, este río trae más ruido que piedras. 'La cabaña del terror' es oscura, nocturna, sangrienta y escabrosa, y comparte la estética de sus congéneres. Solo tiene algún interés en el debate sobre la narratividad, pero esto es algo que únicamente puede seducir a unos cuantos espíritus interesados.
Brugués no será muy fino, pero no carece de elegancia. Y comparte esa extraña ambigüedad de otras películas cubanas similares: (...) Es más bien lo que se ubica después del humor: el cinismo esperpéntico, el chiste apocalíptico, la risa en el naufragio.
Hay bastante trabajo en el guion de esta película. Es un relato atractivo, inusual y divertido, que abrocha bien las diferentes líneas de conflicto que inventa. Eso sí: envuelve bastante crueldad.
El resultado es esforzado, ingenuo y algo ridículo. No parece que el cine alemán esté dando un salto adelante con esto; más bien, da la impresión de estar comenzando de nuevo.
No hay ninguna innovación en esta película con respecto al género, ni siquiera se percibe el estilo del primer Almodóvar, ya que este proviene de las mismas fuentes.
Bastante imperfecta, demasiado desmadrada, despeinada hasta la crispación. Por supuesto, todo eso hace que no funcione con plenitud, sino a tropezones, con hallazgos y caídas, con fisuras y contramarchas. Pero es De la Iglesia sin lugar a dudas.