Se presenta ante todo como un aleccionador cuento moral basado en el registro puntual, entre ficción y documental. El propósito es loable, pero su traslado al relato de ficción es menos afortunado.
La larga duración de una cinta no siempre está reñida con el entretenimiento, del mismo modo que la devoción llega a veces a admitir una pequeña dosis de irreverencia.
Poco importa en definitiva si lo narrado por Frears y su guionista, corresponde enteramente a la verdad histórica. De las últimas ficciones que viene proponiendo el realizador septuagenario, ésta bien pudiera ser la más emblemática y sincera. Y la más divertida.
La conjunción de vitalidad artística y clarividencia política que [Ken Loach] muestra en 'Yo, Daniel Blake' es, muy por encima de mínimos y fútiles reparos críticos, simplemente formidable.
Todo a la manera de una maliciosa estrategia de suspenso, como una buena y última broma entre amigos, o la planificada ceremonia de adiós donde cine y teatro se confunden para deleite de antiguos compañeros de ruta, y viejos y nuevos espectadores.
Desde la misma industria hollywoodense, Jordan Peele, maestro de los títulos expresivamente secos, responde con un irónico 'Nope' a la pretensión tenaz de someter al cine a las rutinas de un espectáculo conformista.
Un drama que va creciendo en intensidad hasta abandonar el aspecto estrictamente social para volcarse de lleno, en un último segmento conmovedor, en una parábola de la solidaridad moral y el entendimiento humanista.
Aunque la anécdota es muy breve, lo que las realizadoras muestran, con precisión y sobriedad narrativa, es algo tan inconmesurable e intangible. Una inesperada sorpresa.
Una mirada realista a la tradición ecuestre, entre el documental y el registro costumbrista, sirve sorprendentemente de enlace para revelar con brío narrativo aristas novedosas de la condición humana.
En la relectura actual que realizan David Pablos y su guionista Monika Revilla sobre el episodio histórico del baile de los 41, se percibe originalidad y una notable audacia, elementos fundamentales para revitalizar el cine de la diversidad sexual en México.
El director franco-polaco presenta una de las obras más claras y desilusionadas de su trayectoria. Se trata de un irónico y virtual Yo acuso del principal acusado por excelente.
Cuando la cinta transita del espíritu lúdico de este provocador paria a la desoladora exhibición de su estrepitosa decadencia, el relato pierde fuerza y se sumerge en la compasión. Se mantiene el sólido entretenimiento de las rutinas circenses y la crítica mordaz a un pensamiento obtuso.
Nemes sorprende de nueva cuenta en su segundo largometraje Atardecer con una apuesta estilística más depurada aún y muy propia para evocar una época de magnificencia cultural.
Lo que propone Ozon es un apaciguamiento melancólico y sereno para acceder a una suerte de liberación personal, que François Ozon sigue estudiando y manejando en su cine con una destreza incuestionable.
La cinta de Sarah Gavron se presenta como una parábola sobre la resistencia moral de una joven obrera frente a las injusticias y un entorno adverso, sin profundizar en las complejidades sociales y psicológicas que enfrentan los personajes en ese momento.