De modo muy franco y con una complicidad evidente, la directora germana ha incorporado la figura compleja de Ingmar Bergman a su galería de personajes históricos carismáticos y atormentados.
La destreza artística con la que, durante siete años, los dibujantes y pintores, cómplices de los cineastas, trabajan miles de imágenes para evocar el flujo de la vida del holandés a través del conjunto de su obra, es impresionante. La pista sonora añade a su vez un encanto peculiar.
El documental de Hendel y Lorenz evoca esa trayectoria artística de un modo inevitablemente rápido e incompleto, sin sentimentalismos y sin el estorbo de un juicio moral.
A pesar de los matices melodramáticos que la directora impone a esta historia, logra evitar el maniqueísmo al retratar el tribunal del divorcio como un espacio que no se reduce a la simple confrontación entre víctimas y villanos.
No es la película de horror que sugiere la publicidad o los rumores mediáticos. Su director y guionista se alejan cuidadosamente de las tentaciones propias del género, especialmente del uso excesivo de gore.
Lo notable aquí es el modo en que el cineasta crea sus atmósferas inquietantes de encierro, convirtiendo la recreación histórica en un relato de horror muy contemporáneo.
Esta obra, aunque desigual, destaca por su originalidad y muestran las primeras obsesiones temáticas del cineasta Isaac Ezban. Se presenta de una forma desordenada y entusiasta, pero resulta ser una experiencia digna de atención.
Es un thriller metafísico que sugiere un encuentro inesperado entre la perturbadora serie Black Mirror y una enigmática ficción de Jorge Luis Borges. El resultado es notable. Por su originalidad y audacia narrativa.
Una narración irregular y excesiva. A pesar de no tener rival a la vista, cuenta con momentos de brillantez visual que, afortunadamente, son bastante numerosos.
Esta comedia negra explora las vicisitudes, tropiezos y desgracias de un fetiche sexual que se encuentra casi agotado. Es otro de los análisis agudos y desilusionados que ofrece Sean Baker en sus obras, las cuales transitan por la delgada línea entre la ficción y el documental.
Riz Ahmed es todo un acierto. La expresividad de su rostro, sus gestos de desesperación contenida y su mirada son los mejores elementos al alcance del director para transmitir una intensidad dramática.
Mills logra fusionar de manera efectiva los elementos cómicos de una salida del clóset tardía, donde el orgullo gay se entrelaza con el de una vejez plena, con el drama que conlleva la pérdida de seres queridos.