Nada resulta sorprendente en ella, pero está bien contada la investigación, un producto deliberadamente comercial, resuelto con soltura, ambientado con mimo.
No es una película destacada, busca ser original en la creación de los personajes, pero en ocasiones cae en convencionalismos. Sin embargo, ofrece un valor de entretenimiento que logra mantener mi atención durante dos horas, aunque no me generó entusiasmo.
Posee un defecto irritante y es que todo lo que va a ocurrir en esta trama presuntamente negra te resulta previsible y convencional. No te ocurre nada, ni frío ni caliente, con esta película pretendidamente emotiva.
La intriga tarda en desarrollarse. La batalla verbal y gestual entre víctimas y verdugos comienza a mostrar un interés creciente, lo que me permite conectar con la trama. También es de agradecer la ausencia de golpes de efecto, esos recursos tan superficiales y excesivos.
Los gags, los diálogos y las situaciones son excelentes, la comedia se entrelaza con la espectacularidad. Sin embargo, me siento abrumado por la cantidad de brujas presentes. Aun así, sería injusto enfocarme únicamente en los defectos del desenlace.
Fui con prejuicios a verla y me lo pasé bien. Me ocurrió algo tan raro como que la niña que la protagoniza no me enervara, ya que normalmente no soporto a los críos mágicos. También me encanta Nicole Kidman haciendo de mala.
Todo lo que me cuenta Rosales me provoca un tedio excesivo, pero también lo que pretende sugerirme, o lo que me oculta. La visualización de la grisácea cotidianeidad de este profesional del horror me parece tan estéril como pretenciosa.
Una película tan rara como turbadora. Jaime Rosales sigue experimentando con el lenguaje narrativo pero, a diferencia de tantos impostores y modernos, él consigue resultados atractivos.
No hay argumento, ni historia, ni estructura, ni ritmo. Solo se presentan caprichosas imágenes en blanco y negro, mientras una voz en off enigmática, que parece ser el alter ego del creador, cita a Matisse, Brueghel y Picasso. Me pregunto si soy yo, y los pocos espectadores que parecen seguir alucinando con la obra de Godard, o si es la vasta mayor
Un filme sin concesiones, sólido pero desagradable. Zalla es un poderoso creador de atmósfera, encuentra el lenguaje perfecto para contar su historia y los actores desprenden realismo.
Rutinaria y plana. Ninguno de los personajes, ni lo que hacen ni lo que dicen, reúne el menor interés. Los malos tiempos se prolongan demasiado en el cine de Paul Schrader.
El tema es muy fuerte y su desarrollo creíble. El director prescinde de artificios o excesos melodramáticos al contar la progresiva catarsis de los que viven en contacto permanente con el dolor ajeno.