Una película que se acerca en el tono, en el estilo, en su tragicómico retrato de la existencia a aquellas perdurables comedias que alguna vez hizo el cine italiano.
Un encanto y una gracia notables. El tiempo se te hace muy corto y abandonas la sala con una agradecida sonrisa. Los presuntos marcianos de Kaurismäki están llenos de vida.
Woody Allen divierte con su magistral estilo. Ofrece un nuevo recital de inteligencia y lucidez, además de una profunda comprensión de los anhelos, miedos, miserias, engaños y grandezas de la condición humana.
Una comicidad en estado de gracia. Allen, con un desbordante sentido de la lógica, presenta lo mejor de sí mismo. Es puro ingenio; imagina lo que a otros no se les ocurre y ofrece una forma tan compleja como valiosa de observar la vida.
Una película irregular, pero turbadora. Es una rareza que posee un extraño encanto, con un tono más sombrío que humorístico y un lirismo inusual que alterna entre momentos de intensidad y calma.
Dos horas y media que acaban haciéndose interminables. Es una película que no provoca ni frío ni calor, aunque se empeñe en ser intensa, agridulce y compleja.
Simpática, inteligente y alejada de las convenciones. Sin embargo, tengo la impresión de que ya la he visto anteriormente. La habían promocionado como una obra maestra, pero no lo es. Aun así, vale la pena.
Acaba enganchándome. Sin excesos. Me intriga progresivamente cómo va a acabar este relato (...) los diálogos poseen agudeza (...) Pero, ante todo, encuentro hipnótica y admirable la interpretación de tres actrices privilegiadas.
Tengo la sensación de que el creador es tan farsante como sus personajes. Las situaciones se alargan intolerablemente, los chistes son tan rebuscados como poco eficaces, nula mi complicidad con el sentido del humor de Ruben Ostlund.