Hay buen cine en este retrato de moteros. La primera parte está narrada con gran precisión. Además de un potente estilo visual, Jeff Nichols siempre logra sacar lo mejor de intérpretes muy capacitados.
De todo un poco. Resultado, a medias. No me ocurre nada malo viendo esta película, pero esperaba más de una directora como Lone Scherfig en este drama en el desierto chileno de Atacama.
A veces siento que me están narrando una historia de terror. Esto es un logro de la directora, ya que logra evocar en mí misterio, compasión y perturbación. Es una película inusual y obsesiva, con múltiples facetas.
No es excesivamente complaciente con el mítico Elton John; se puede disfrutar, aunque resulta ser un producto predecible y diseñado para alcanzar el éxito comercial.
Que James Franco haya destinado un presupuesto mínimo para su rodaje no justifica la falta de coherencia en la obra. El argumento carece del sentido del ridículo, al igual que los personajes, los diálogos y las situaciones presentadas.
Me la sé, pero funciona consigue sus objetivos: un calculado y seguro éxito comercial, y un sentimiento con lo que la gente se encontrará muy bien durante y después de verla. Y lo mejor, para mí, es ver a Mortensen.
Retrata muy bien una época. Recrea su estética, sus colores, su atmósfera, sus actitudes ideológicas y sus frecuentes disparates siguiendo a alguien enamorado de la transgresión.
No sobra ni falta un plano. Me siento hipnotizado de principio a fin. Sigo pensando en “Ida” después de verla tres veces. Es cine muy bueno, con estilo y aroma a tiempos lejanos.
Es una película vocacionalmente extraña que puede mantener moderadamente la atención, con clima desasosegante, con arquetipos y situaciones que llevan el identificable sello de sus autores, pero el resultado final no me apasiona.
Sobreviviendo con gracia a la caspa, esta historia es contada por David Trueba con arte, sutileza, emoción y un toque de gracia. Javier Cámara realiza un trabajo espléndido.
Nada brillante que destacar en 'Las mujeres de la sexta planta'. Está protagonizada por el tópico y el pasteleo, una combinación que la taquilla valora mucho.
No es despreciable, ya que busca aportar un estilo visual a las imágenes. Sin embargo, es una película superficial, excesivamente psicológica y pretenciosamente poética, centrada más en el diseño que en ofrecer una representación auténtica de los personajes atormentados.
Es una película descriptiva y narrativa, irónica y tierna, humorística y lúcida, un homenaje memorable a aquel pasote generalizado que montaron los hijos de las flores.
Lo que me cuenta, los consecuentes traumas que padecen tres hermanos por la rotura de matrimonio de sus padres y la huida de la madre, lo ha hecho con mejor fortuna el cine en bastantes ocasiones.