El filme, de narrativa clásica, rehén de la fragmentariedad de la estructura literaria, combina muy bien la frialdad del ambiente penitenciario con la necesidad de afecto de sus protagonistas.
El contraste entre lo leído y lo visto, la intensidad de la voz en off y los choques culturales con los paisanos van creando un ritmo particular que el director sabe manejar con destreza.
Aquí sólo brilla Willem Dafoe, enérgico en su fatalismo. Más pretencioso que profundo, la película transmite una sensación de impostura. Ferrara solo se mantiene fiel a su esencia en los últimos 20 minutos.
Filme atmosférico de encuadres fijos, pictóricos, que insinúa en lugar de explicitar las referencias históricas, que deja las tramas para enfocar los rostros, que pone la acción al servicio de la penumbra.
La película destaca por sus escenas de acción, una especialidad del director, que presentan revueltas propias del mejor cine bélico. Más en la línea de Besson que de Scorsese, este 'Taxi Driver' coreano logra rescatar el pasado con maestría.
Acierta a contar una página de la historia que se escribió con renglones torcidos, poniendo recta la cámara y encendiendo una luz oportuna. Un elegante ajuste de cuentas con la historia negra de Georgia.
A pesar de una leve inclinación hacia lo caricaturesco, la película aborda con acierto el colorismo de los años ochenta y la música genérica que envuelve la angustia de unos jóvenes tan confundidos como los propios espectadores.
Furman decide mezclar elementos diferentes para ver qué resultado obtiene, aprovechando también su papel como productor. Continúa en la búsqueda de su propio estilo, que navega entre las influencias de Heisenberg y 'Narcos'.
Trapero, a través de normas reconocibles como el relato moral, la intriga criminal, la estética hollywoodiense y la banda sonora en inglés, ha logrado construir un ícono de la familia mafiosa argentina, comparable a los irlandeses e italianos.
Metáfora colorista de toda una transición política, despliega el poder del entusiasmo hasta hacerlo contagioso. Combate con ingenio la amargura del recuerdo y pone de manifiesto que hay muchas formas de asumir seriedad y compromiso.
Perisic adopta la vía artística del Nuevo Cine Rumano para retratar esa desilusión creciente en una hipermetropía discreta y brillantemente plasmada que se enfoca en lo distante mientras ignora lo inmediato.
Sin remilgos ni alardes, por un camino convencional pero efectivo, Zbanic busca transmitir esperanza. Sin embargo, antes opta por ser justa, colocando la cámara en la sala de cine del infierno.
Una elegía rural, dramón telefilmero con ínfulas y algunos toques de distinción cinematográfica. El mayor interés de este filme radica en observar a estas dos grandes damas de la interpretación.
Sutil, con gran manejo del fuera de campo, esta obra se aleja de la reivindicación nacionalista y se adentra en una profunda tristeza bien fundamentada. El trayecto de Vlada revela fragmentos de historias truncadas.
La mirada compasiva hacia lo balcánico de Dalibor Matanic se presenta de manera oportuna. Esta comprensión del director hacia los personajes se complementa adecuadamente con el ritmo narrativo.