Pequeño documental encantador que rinde homenaje al padre de la cocina vasca y española moderna. La gran decisión de Altuna ha sido permanecer en casa.
La gran virtud de este sencillo filme de encuentro entre dos desamparados es que sabe rehuir el tremendismo y se escora hacia la completa aceptación del otro.
El drama se adentra en un suspense espiritual en el colegio. Al final, un naturalismo emocional completa el conflicto de la protagonista, interpretado magníficamente por Cathalina Geeraerts.
Se sustenta en el talento para hacer reír sin límites de Julián López, ubicuo en el filme. Pero además, la capacidad de Galán Galindo de sincretizar hasta el paroxismo se hace querer.
Todo lo que sucede, además de ir a un ritmo vertiginoso para mantener el interés en cada escena llena de sangre, se fundamenta en los continuos guiños al espectador que disfruta de este tipo de contenido. Sin lugar a dudas, quienes aprecian el género celebrarán este derroche de gore sin complejos.
Con una dirección contenida de Legrand, maneja una indulgencia serena que no es apta para el label ‘comedia francesa supertaquillera’. Jaoui dignifica con humor las contradicciones del progresismo.
Aunque en algún momento bordea el desastre, la sencillez de la propuesta, ceñida al molde, acaba acercándola a éxitos buenistas con pimentón. El peso de la propuesta lo carga Tom Hanks.
Peña es el elemento central, el metrónomo que establece el ritmo pausado de una película que, aunque no se aleja de los clichés, los aborda con dignidad y cuenta con un elenco en perfecta armonía.
Torregrossa, con la invaluable colaboración de Carmen Ruiz, Javier Cámara y Raúl Arévalo, ha logrado captar el tono amargo ideal que permite que esta comedia trascienda a sus propios chistes.
Conocerás a Woody Allen, pero no al Woody Allen auténtico. Un filme hecho con molde de fábrica para ser reconocido, pero vaciado de toda enjundia. Es un sucedáneo.
Irregular pero drástica. La gravedad y el simbolismo con que se inicia este retablo de un país en transición van perdiendo fuerza a medida que la sátira se adueña del paisaje.
El personaje de Miki Esparbé crea una fantástica dinámica con Alain Hernández en un intercambio dialéctico interesante donde la política sirve como telón de fondo para exponer nuestras miserias sociales.
Al final, uno emerge como los personajes: aturdido, pero con una sonrisa que mezcla diversión y alivio, con una renovada confianza en los excesos del director más audaz de nuestro cine.