Juguete rubikiano sobre el género terrorífico. Una película ideal para los fans del tipo de cine que fundamenta la mitología de Sitges, un homenaje de dos connoisseurs socarrones que ofrece un análisis profundo del lenguaje del susto cinematográfico.
Es tan sorprendente como coherente con el cine de la directora. El tono ligero y la capacidad de identificación con los sinsentidos del amor hacen que la sala consuele sus propios desamores con carcajadas.
Diluye sus destellos afilados en convencionalismos romcom que logran generar empatía con su travesía por la desorientación sentimental, aunque carece de frescura.
Una nueva cumbre de excelencia orquesta la extrañeza, el humor negro y, básicamente, la posibilidad de que pueda ocurrir cualquier cosa con mano maestra de demiurgo en su filme más deslumbrante.
Su intención nunca fue hacer una ácida sátira política y aun así hay detalles destacados. Lo más notable es la actuación de Franco, quien demuestra una elasticidad facial digna de Jim Carrey, y su archienemigo.
Un ovni fílmico imprescindible, el humor de la extrañeza y el costumbrismo desnudo conviven en un relato que no titubea. Todo un regalo para ver, disfrutar y recomendar.
La adaptación es ágil y excesiva, como se podría anticipar. Sin embargo, no logra resolver sus dos grandes problemas: la fachada anacrónica y el interior dominado por la influencia de 'Trainspotting'.
Transmite a la perfección un tipo de opresión cotidiana con voz personal y el suficiente humanismo como para dar a sus personajes la opción de mejorar.
Las fantásticas Danielle Panabaker y Nicole LaLibertie protagonizan un exploit de diseño como dos camareras en una cruzada por aniquilar al género masculino.
Es tan divertida y caótica la representación del desastroso rodaje de una película de brujería que desearás que la experiencia se extienda más allá de los 50 minutos.
Hora y media de Rachel Nichols atrapada en un estacionamiento subterráneo en Nochebuena, mientras un Wes Bentley, con una psicosis extrema, la persigue. La película logra cumplir con su objetivo de mantener la tensión y el interés del público.
Su propuesta es a menudo tan impresionante que no debe ser subestimada. En la película se menciona que los saltos al vacío son el momento en que los artistas muestran su libertad. Coppola ha demostrado su libertad en varias ocasiones.