Nadie parece saber qué hacer con el tono alegórico del guion de Kosinski, pero en conjunto, mantiene un buen nivel de ingenio, sofisticación y reflexión.
Jack Nicholson interpreta a McMurphy como si hubiera nacido para ello, y los actores secundarios hacen buenas y detalladas actuaciones. Pero hay poco de la verdadera personalidad de Forman en la película.
El guión, suelto y elegante, es de Preston Sturges, uno de los últimos que escribió antes de dedicarse a la dirección. Desprende una suavidad y una nostalgia poco comunes en sus propias películas.
Insistentemente grotesca, implacablemente misantrópica y espectacularmente carente de gusto, no es una película diseñada para ganar los corazones del público de masas. Pero es diabólicamente inventiva y muy, muy divertida.
Una comedia con un curioso tono de extravagancia depresiva. Se las arregla, de alguna manera, para ser a la vez agresivamente adorable y opresivamente sórdida.
La película avanza con la velocidad y el espectáculo necesarios para mantener a la audiencia interesada. Sin embargo, presenta visiones negativas de la mujer, retratándola como una arpía castradora, y plantea estereotipos dañinos sobre los hombres homosexuales, mostrándolos como bestias depredadoras, lo cual resulta ofensivo.
La película captura un aire de temor, desesperación e impotencia individual —una atmósfera política que encajaba perfectamente con la intensa paranoia de Lang.
Jordan captura a la perfección el ambiente de romanticismo sombrío típico del cine negro estadounidense, mientras que Hoskins brinda una actuación sobresaliente.
La película se presenta como una sinfonía visual, donde la combinación de formas corporales y gestos genera un efecto de dinamismo y dramatismo que cautiva al espectador.
Visualmente es atractiva, sin embargo, los títeres carecen de flexibilidad y expresividad, lo que resta encanto a la película. Además, la banda sonora incluye voces que resultan molestas y sonidos poco agradables.