Stanley Kramer emite un último aviso a la Humanidad en esta tediosa y habladora película de 1959, que se desarrolla en el contexto posterior a la Tercera Guerra Mundial.
Las escenas iniciales en el castillo de Drácula son magníficas, con un aire grácil, majestuoso y severo. Sin embargo, se tornan insosteniblemente estáticas al trasladarse la acción a Inglaterra.
El director Jeannot Szwarc pone mucho empeño en crear efectos visuales impresionantes, pero su habilidad para realizar un primer plano convincente deja mucho que desear.
A pesar de su apariencia festiva y llena de vida, la película revela un trasfondo inquietante. Ford transmite la idea de que ese paraíso anhelado no solo es inalcanzable, sino que nunca existió realmente.
La actitud de Allen de presentarse como un sabio resulta más molesta que nunca, aunque su discurso se ve compensado por un efectivamente ingenioso toque de humor.
Es repulsiva, tal como sugiere su premisa, y posiblemente aún más. La película se presenta como una pesada y ruidosa máquina de culpa, que explota de forma sistemática la vulnerabilidad de Nicky.
Las actuaciones impactantes que Mackendrick logra de su elenco, junto con un enfoque de cámara subjetivo, dan lugar a una de las raras películas del cine británico que demanda una conexión emocional profunda.
El documental de Penelope Spheeris acerca de las bandas de heavy metal en el rock 'n' roll sorprende con su ingenio, superando las expectativas que deja su título.
El guión de Graham Greene se enfoca en el momento en que un niño se enfrenta al pecado por primera vez, pero la visión del niño queda relegada a un segundo plano, priorizando estructuras de suspense comunes y un desenlace de novela policíaca que resulta predecible.