La idea suena bien, pero el formato lastra la capacidad de Allen y le limita a repetir la misma broma una y otra vez. Una película gris e insignificante.
Spencer Tracy interpreta a Clarence Darrow como un cascarrabias entrañable. Aunque su actuación resulta algo débil y dispersa, su ingenio agrega la única chispa en el oscuro y sombrío ambiente de la película.
Hay suficiente contenido autorreflexivo sobre la eterna lucha entre ilusión y realidad en el cine para estructurar una magnífica selección de números de la película. Es una celebración del movimiento como emoción.
La maestría de Walsh para el ritmo narrativo hace que la acción crezca con consistencia, al mismo tiempo que recurre a la relación entre Bogart y Cagney para un contrapunto desarrollado de manera sobresaliente
Benton pasa la mayor parte de la película señalando su intención de hacer una obra de Americana noble y emocionante, al estilo de Ford o Vidor, pero lo que acaba ofreciendo es totalmente sintético.
El reparto presenta una ambigüedad sexual que podría complacer a los más fervientes seguidores de Williams, además del guion de Gore Vidal. Sin embargo, Mankiewicz no explora a fondo muchas de las insinuaciones planteadas.
Composiciones equilibradas, fotografía elegante, dirección artística impecable y actuaciones teatrales. Sin embargo, carece de la profundidad necesaria, resultando en una obra que no aporta más que el típico encanto superficial de las películas de Hollywood.