Flaherty no era un gran etnólogo; escenificaba escenas de manera rutinaria para su cámara e insistía en que sus súbditos regresaran a tradiciones que habían abandonado generaciones atrás. Sin embargo, era un auténtico maestro del drama.
Nadie parece saber qué hacer con el tono alegórico del guion de Kosinski, pero en conjunto, mantiene un buen nivel de ingenio, sofisticación y reflexión.
Jack Nicholson interpreta a McMurphy como si hubiera nacido para ello, y los actores secundarios hacen buenas y detalladas actuaciones. Pero hay poco de la verdadera personalidad de Forman en la película.
El guión, suelto y elegante, es de Preston Sturges, uno de los últimos que escribió antes de dedicarse a la dirección. Desprende una suavidad y una nostalgia poco comunes en sus propias películas.
Insistentemente grotesca, implacablemente misantrópica y espectacularmente carente de gusto, no es una película diseñada para ganar los corazones del público de masas. Pero es diabólicamente inventiva y muy, muy divertida.
Una comedia con un curioso tono de extravagancia depresiva. Se las arregla, de alguna manera, para ser a la vez agresivamente adorable y opresivamente sórdida.
La película avanza con la velocidad y el espectáculo necesarios para mantener a la audiencia interesada. Sin embargo, presenta visiones negativas de la mujer, retratándola como una arpía castradora, y plantea estereotipos dañinos sobre los hombres homosexuales, mostrándolos como bestias depredadoras, lo cual resulta ofensivo.