'Stonewall' rara vez se aleja de sus clichés. No es la mirada más creativa o crítica en términos políticos, pero resulta entretenida y, en ocasiones, bastante emocionante.
Los ásperos encantos de Billy Bob Thornton siempre son bienvenidos en pantalla, pero su regreso como director y guionista no tiene nada que hacer con este guión.
A menudo, Clint Eastwood ha mostrado una debilidad por la cursilería, usualmente atemperada por la sencilla eficiencia de su dirección. Pero aquí, la cursilería es irremediable.
Un drama con vida propia. La exquisita producción y el diseño de vestuario, junto con un elegante y meticulosamente calibrado movimiento de cámara, hacen que sea una experiencia visual seductora y única.
La película resulta mediocre cuando se la compara con dramas complejos y con una estructura dinámica sobre el terrorismo, como 'United 93' o 'Zero Dark Thirty'.
A veces inquietante, a veces estimulante y algo contemplativa, es una película visualmente majestuosa con tonos y texturas cautivadores. Su sigilosa carga emocional es alimentada por el infalible trabajo de Mia Wasikowska.
Las observaciones personales escasean en esta reflexión autobiográfica torpe sobre una infancia controvertida, con una Isabelle Huppert cuyo histrionismo amanerado amplifica la artificialidad.
El tercer largometraje de Durkin está ejecutado de forma más que competente, con un sólido reparto y una vívida sensación de lugar y tiempo. Sin embargo, su impacto emocional parece extrañamente amortiguado.
Un estudio de personajes discreto y adorable. El efecto general y el gran afecto que demuestra el director por sus personajes hacen que el drama sea satisfactorio.
Un retorcido thriller de espionaje que no tiene suficiente profundidad en sus personajes o coherencia narrativa. Esto socava su efectividad como entretenimiento de acción.
A diferencia de la mayoría de los biopics musicales que suelen apresurarse a presentar fragmentos de los éxitos, dejando al espectador con la sensación de querer más, esta película ofrece interludios generosos.
Adam Driver y Noah Baumbach realizan una audaz propuesta, aunque la novela de Don DeLillo continúa siendo inalcanzable. A pesar de las incoherencias presentadas en la película, logra dejarte con un sabor agradable al final.