Quizás le falte por momentos un poco más de vuelo, algo más de humor negro (el poco que tiene es muy bueno) y de delirio absurdo para ser una auténtica heredera del subgénero clase B, pero 'Miedo profundo' asusta y entretiene.
El resultado es una propuesta visualmente atrapante y narrativamente vertiginosa que cumple con lo que promete, pero que al mismo tiempo no agrega absolutamente nada al universo creativo de la animación contemporánea.
Han Jae-rim construye tensión y suspenso en este thriller, integrando un contexto sociopolítico que enriquece la narrativa. Se destaca por no perder de vista la psicología y las motivaciones de los personajes, lo que añade profundidad a la historia.
Almodóvar logra, con destellos de su creatividad y unas cuantas escenas musicales acompañadas de situaciones surrealistas, hacer de esta película una obra bastante disfrutable.
Dhont muestra una profundidad psicológica y una convicción poco comunes en un director debutante al tratar la problemática transgénero. Así, la película nunca pierde su delicadeza ni su humanidad.
Con referencias a los clásicos del género y una audaz propuesta que raya en lo excesivo, incluso en su duración, Kang Hyeong-cheol se permite explorar diversos delirios.
Una película que a veces presenta escenas impactantes y duras, pero que en general resulta ser fallida y decepcionante debido a su falta de sutileza y su superficialidad.
Este retrato del principal opositor de Vladimir Putin resulta fascinante en buena parte de sus 98 minutos, pero al mismo tiempo tiene un carácter demasiado épico y unidimensional.
La película es sencilla y clara, aunque en ocasiones se siente un poco predecible y torpe. La música de comedia romántica que acompaña la trama resulta bastante decepcionante; sin embargo, la película mantiene un espíritu juguetón y una ausencia de cinismo que son bienvenidos.
Tenía todo para trastabillar o incluso hundirse porque está siempre al borde de caer en el patetismo y el ridículo. Sin embargo, los guionistas Ed Sinclair y Will Sharpe logran darle al relato buenas dosis de humor negro y hasta de ternura.
Narrada con suma tensión e intensidad, la película maneja con ductilidad, inteligencia y rigor la doble faceta de la propuesta: por un lado, la más íntima, relacionada con las vivencias de los personajes, y por otro, una dimensión social que aborda el fanatismo, el racismo y la violencia.
Una película sin regodeos, excesos ni ostentaciones. Esa aparente sencillez no quiere decir que Lowery se quede en la superficie o que caiga en la simplificación banal: la mixtura de géneros y elementos funciona a la perfección.
Un film que elude los lugares comunes del género bélico y que cree en el poder subyugante de las imágenes por sobre el diálogo aleccionador y la exaltación patriotera.