Es un excelente ejemplo de brand management al servicio de una estrella de alcance global. El documental resulta ser excesivamente cuidado y calculado.
Es una experiencia contradictoria y desconcertante, por momentos fascinante y en otros frustrante, una suerte de collage que va de lo creativo e ingenioso a un didactismo aleccionado un poco torpe.
Una película profesional, correcta en todos sus aspectos, un poco mecánica y anodina, pero que al mismo tiempo no tiene nada demasiado novedoso ni sorprendente para ofrecer.
Un documental valioso. Algunas decisiones podrían generar controversia, pero hay momentos en los que la emoción es realmente genuina y sin manipulaciones.
La película, que opera principalmente como un tributo, da la impresión de no profundizar lo suficiente, quedándose en la superficie y sin explorar las contradicciones y la intimidad de un artista excepcional.
Una película sin regodeos, excesos ni ostentaciones. Esa aparente sencillez no quiere decir que Lowery se quede en la superficie o que caiga en la simplificación banal: la mixtura de géneros y elementos funciona a la perfección.
Un film que elude los lugares comunes del género bélico y que cree en el poder subyugante de las imágenes por sobre el diálogo aleccionador y la exaltación patriotera.
Cine que se adhiere a una fórmula preestablecida, enfocado en el concepto y el marketing, pero carente de ingenio y sin la capacidad de sorprender al espectador.
El largometraje en sí es de una solidez y potencia notables, empezando por la impecable puesta en escena, el notable aporte de los actores y el trabajo del DF Inti Briones.
Rodada con un vértigo, una tensión, una sofisticación, una precisión y una destreza técnica pocas veces vista, instala a Heisenberg como una de las grandes esperanzas surgidas de la Escuela de Berlín.
El de Minujín es un trabajo notable y el de Winograd también resalta, ya que en la puesta en escena se evidencia la contribución única de un director de cine con habilidad, talento y pasión por la comedia.