La película se apoya en los clichés típicos del rockumental, la película de hogar y el detrás de cámaras, pero aun así presenta momentos de interés y una intensa carga emocional.
Un gran documental para un gran descubrimiento. Una incursión en una cueva que termina siendo una exploración -no exenta de lirismo- del alma humana y de un tiempo que parecía perdido.
El resultado visual es asombroso en muchos sentidos, desde el impresionante trabajo con la cabellera rubia de 21 metros que tiene la protagonista, hasta los pasajes de gran belleza y lirismo.
'Resident Evil 4' no alcanza a constituirse en un producto con vuelo propio: la trama y casi todas sus escenas son derivativas (por ser generosos) del cine de John Carpenter y George A. Romero.
Al salto de calidad en términos estéticos, se le contrapone un flojo guión. El resultado, por lo tanto, es un producto vistoso, pero con muchos baches.
Prodigioso en lo técnico y visual, pero decepcionante en sus alegorías evidentes y su espiritualismo superficial. La corrección política y la perspectiva ingenua restan valor. Cuando Cameron se atreve a experimentar, resurge ese gran narrador que se añora.
Algunos personajes y situaciones inspiradas y un puñado de eficaces gags alcanzan para que los chicos pasen un buen rato y los adultos recuperen con cierta nostalgia unos cuantos buenos recuerdos de su infancia.
La película presenta ideas interesantes, especialmente en lo que respecta a la conexión entre la historieta y la trama de la ficción. Sin embargo, hay secuencias que se sienten resueltas de manera automática.
No hay aquí golpes de efecto ni una vertiginosa acumulación de estímulos, como suele ocurrir en el cine de animación contemporáneo, que a menudo carece de ideas.
No hay aquí golpes de efecto ni una vertiginosa acumulación de estímulos como acostumbra el cine de animación contemporáneo muchas veces carente de ideas.
Nos pasea por distintos géneros con una asombrosa ductilidad, audacia y creatividad, manteniendo una excelencia tanto narrativa como visual. Provoca la sensación de estar ante una obra genuinamente artesanal, impregnada del espíritu lúdico de ese niño-genio que es Burton, quien jamás ha perdido su esencia.