Al salto de calidad en términos estéticos, se le contrapone un flojo guión. El resultado, por lo tanto, es un producto vistoso, pero con muchos baches.
Prodigioso en lo técnico y visual, pero decepcionante en sus alegorías evidentes y su espiritualismo superficial. La corrección política y la perspectiva ingenua restan valor. Cuando Cameron se atreve a experimentar, resurge ese gran narrador que se añora.
Algunos personajes y situaciones inspiradas y un puñado de eficaces gags alcanzan para que los chicos pasen un buen rato y los adultos recuperen con cierta nostalgia unos cuantos buenos recuerdos de su infancia.
La película presenta ideas interesantes, especialmente en lo que respecta a la conexión entre la historieta y la trama de la ficción. Sin embargo, hay secuencias que se sienten resueltas de manera automática.
No hay aquí golpes de efecto ni una vertiginosa acumulación de estímulos, como suele ocurrir en el cine de animación contemporáneo, que a menudo carece de ideas.
No hay aquí golpes de efecto ni una vertiginosa acumulación de estímulos como acostumbra el cine de animación contemporáneo muchas veces carente de ideas.
Nos pasea por distintos géneros con una asombrosa ductilidad, audacia y creatividad, manteniendo una excelencia tanto narrativa como visual. Provoca la sensación de estar ante una obra genuinamente artesanal, impregnada del espíritu lúdico de ese niño-genio que es Burton, quien jamás ha perdido su esencia.
Propone algo muy novedoso, provocador e inquietante. 'I May Destroy You' sintoniza como pocas con estos tiempos tan confusos, contradictorios y cambiantes, lo que la convierte en una experiencia apasionante.
El dispositivo del documental es simple y efectivo. Existe un toque amarillista y sensacionalista en el tratamiento del caso, aunque es comprensible que sea complicado evitar algunos excesos morbosos.
Resulta un testimonio de una potencia, una minuciosidad y una verosimilitud incontrastables. Y, lo que eleva al film por sobre la media del género, es el análisis del contexto.
Una acumulación de penurias y violencia que ofrecen una mirada impiadosa y desencantada del estado de la sociedad. Mientras uno admira la composición de cada excelso plano, se nos somete a un crescendo de bajezas y miserias humanas.
Tiene un buen despliegue técnico y un sólido trabajo actoral, pero el guion acumula demasiadas subtramas, hace por momentos muy obvias las denuncias y -sobre todo en su segunda mitad- no logra sostener varias vueltas de tuerca.
Cumple casi a la perfección con su cometido: indagar, advertir, sintonizar con una problemática y una práctica bastante más extendida y tóxica de lo que las empresas están dispuestas a admitir.
Las mujeres solían guardar silencio tras una violación. Moscoso desafía ese estigma de manera original, sin recurrir a lugares comunes ni excesos, y lo hace con sensibilidad y valentía, utilizando los recursos artísticos a su disposición.
Una historia que -más allá de algunas indecisiones narrativas y de ciertos subrayados- resulta tan fascinante como perturbadora y, vista desde la Argentina de hoy, alcanza una actualidad y una dimensión hasta hace poco insospechadas.