Lo más interesante de los hermanos Ross es la capacidad de generar una gran empatía hacia los personajes. Logran retratar una marginalidad auténtica sin recurrir a excesos sórdidos ni a estereotipos preconcebidos.
Una película que no logra ser completamente convincente, con momentos que caen en la ingenuidad, pero que está salpicada de bienvenidas dosis de creatividad y desparpajo, además de mostrar sensibilidad y ofrecer varias ideas interesantes tanto en la narrativa como en el desarrollo dramático.
La película es muy cuidada y sensible, logrando momentos incluso entrañables. Sin embargo, con un guionista y narrador del talento de Gray, se espera más que una historia solo correcta.
Película de iniciación y de paso hacia la madurez, que logra conectar de manera honesta y sensible con el público, además de funcionar como una carta de amor al cine.
El hecho de que sus guionistas, directores y actores sean originarios del lugar no hace más que acentuar la credibilidad, empatía, naturalidad y sensibilidad de la propuesta.
Los 80 minutos regalan escenas inspiradoras, momentos hermosos y observaciones inteligentes sobre los pequeños ritos de paso entre el final de la adolescencia y la adultez que está al acecho.
Es un cuento de hadas demodé, tragicómico, agridulce, triste y bello a la vez, como el tema homónimo de Van Morrison que le da título y acompaña los momentos finales de la película.
Una comedia de enredos muy divertida que evoca el espíritu de una road movie feminista similar a Thelma & Louise, logrando una buena combinación de provocación y reivindicación del empoderamiento femenino.
Descubrimiento, construcción de la identidad, lealtades, amores y un toque de fantasía y pesadilla. Tópicos que Raya Martin aborda con cierta habilidad, aunque sin sobresalir ni explorar nuevas facetas en su autoría.