El guion de Lerman, María Meira y Luciana de Mello tiende a deslizarse ocasionalmente hacia el voluntarismo, pero es lo suficientemente astuto como para evitar caer en esa trampa.
El realizador nunca opta por el fácil recurso del sermón: no encontramos aquí una crítica despiadada hacia las miserias de la clase media. Sin embargo, se presenta una descripción precisa de ciertos miedos y errores de este grupo. Con poca piedad, pero sin renunciar del todo a la posibilidad de la empatía.
El éxito de Ninjababy se debe en gran parte a la actuación de Kristine Kujath Thorp, quien logra interpretar un personaje que es tanto irritante como entrañable al mismo tiempo.
A pesar de los excesos caricaturescos que Dumont incorpora de manera deliberada, no siempre de forma adecuada, se puede considerar que su última película ofrece una reflexión sobre la incapacidad del espectáculo noticioso para generar una empatía profunda y genuina.
Aquí lo que prima, desde el primero hasta el último minuto, es un sentido de la comicidad delicado y absurdo, en una de las películas más disfrutables.
Assayas logró nuevamente transportar al espectador a otro de sus cuentos mentirosamente simples y directos, en un film que se permite coquetear con el absurdo en una escena y desnudar miedos y fragilidades humanas en el siguiente.
Más allá de algunos desvíos innecesarios del guión, la presencia de un reparto de experimentadas figuras logra que un producto crasamente industrial y cinematográficamente populista levante la cabeza por encima del agua y no se ahogue, aunque por poco.
Lo previsible en 'Mario on tour' no resta a su sensibilidad y buen ritmo. Este equilibrio es su principal logro, ya que el cine nacional que busca alcanzar un público amplio no siempre logra evitar la trampa de la ñoñez y la superficialidad.
La conocida soltura de Oscar Martínez otorga un peso significativo a un personaje con el que resulta difícil empatizar. La película muestra su mejor desempeño en la primera mitad, antes de que el humor se diluya y la historia caiga en la misantropía.
Entre la sátira y el grotesco, entre la burla y el escarnio, y con tantos blancos a la vista, la película termina apuntándoles a todos y a nadie al mismo tiempo.
Autoconsciente y en ocasiones decididamente inclinada hacia el absurdo paródico, la película protagonizada por Ryan Reynolds y Hugh Jackman se queda sin sus mejores gags demasiado pronto.
Sufre de un efecto collage que va acentuándose con el correr de los minutos y las escenas, que comienzan a apilarse sin demasiado cuidado por la continuidad ni la lógica dramática.
Se nota que Jordan Peele busca subvertir los códigos del cine de terror, siguiendo la línea de John Carpenter o George Romero, como una forma de realizar sátira social.
Con un tono de humor absurdo y oscuro y un blanco y negro que, por momentos, recuerda a algunas películas de Aki Kaurismaki, el primer largometraje de Xavier Seron logra ser extremadamente humano a pesar del grotesco que exuda cada uno de sus poros.