Con un espíritu que a veces evoca el cine de Hayao Miyazaki, la película navega con habilidad entre la aventura infanto-juvenil y un espacio de evasión.
Un film que parece dirigido por alguien que no tiene conexión con el mundo de los jubilados. Es complicado que alguien realmente disfrute de esta película.
La película mantiene el interés gracias al indiscutible talento del director alemán Marc Foster. Es un clásico de Disney: emotivo, con refrescantes dosis de humor y un cierre moralista en el que el protagonista adquiere valiosas lecciones.
La película se deja ver, no tanto por su contenido, sino por la manera en que se presenta. Fanning, siempre con su tono lánguido y melancólico, está acostumbrada a un estilo gestual austero e implosivo, pero en esta ocasión añade una sensación de guerra constante.
'T2' es menos festiva y agitada, se siente más pausada y, sin duda, más melancólica en comparación con su antecesora. El paso del tiempo, un tema que antes no se abordaba, ahora se convierte en un elemento central a través de diversas referencias al filme previo.
Es el fruto maduro de un director acostumbrado a explorar universos masculinos, que ha evolucionado junto a sus personajes. Se percibe que Linklater no se adapta bien a la acumulación de situaciones; su fuerte son los diálogos precisos, que brillan gracias a tres actores en un estado excepcional.
No es teatro filmado solo por desarrollarse completamente en un espacio cerrado, sino por su incapacidad de convertir ese espacio en un elemento significativo dentro de la narrativa, lo que resulta en una puesta en escena plana.
Una de esas películas con la cual es imposible enojarse, aun cuando se note en ella una preocupación mayor por provocar efectos sobre el espectador que por la creación de situaciones coherentes con las reglas de su universo ficcional.
La búsqueda de una producción industrial en su construcción, clásica en forma y popular en alcance, funciona en parte. Aunque el filme se adentra profundamente en el mundo del fútbol, sucumbe a la tentación del sentimentalismo, amplificado por una banda sonora que resalta cada momento.
Los directores construyen una película anacrónica que elige hacerse cargo de su condición mediante un tono melancólico y crepuscular y que opera menos como secuela que como homenaje a la piedra basal del humor de los Farrelly.
Fallada desde su misma concepción, imposibilitada de comprender a sus personajes, la película irá elevando su tono de moraleja boba. Bastante poco –casi nada– para “cuatro oscarizadas leyendas del cine”.
Ocho episodios de media hora son suficientes para que esta propuesta, que fusiona un tratado filosófico-existencial con humor negro, se establezca como el proyecto de animación más ambicioso y provocador de 2020.