La cámara, con un leve barniz documental, aporta verosimilitud a la historia. Aunque las películas pueden tener complicaciones, al realizador no le sale su difícil disparo por la culata.
Se luce gracias a una narración ágil y a la buena recreación de la época. La cinta brilla en todos los apartados técnicos, con profesionales de primera. Menos redondo es el guion.
Ostrochovský demuestra confianza en la inteligencia del espectador, presentando una película donde resalta su impresionante fotografía en blanco y negro que resulta visualmente cautivadora. Son 75 minutos que se disfrutan intensamente.
El amor en tiempos de guerra. Kusturica no se deja vencer por esa guerra incomprensible y se refugia tras su cámara, armada de música y vida, repleta de animales y sonrisas zíngaras.
Un thriller ligero y creativo, con más virtudes que fisuras. La atmósfera y los escenarios resultan creíbles. La historia es original y no se extiende demasiado. Solo por su estilo merece ser vista.
El principal inconveniente de la película radica en su incapacidad para conectar con el espectador, incluso para no provocar indignación. Resulta complicado ir al cine buscando precisamente lo que ofrece Weathley.
Desluce un poco por la calidad algo inconsistente de las imágenes, algunas de ellas repetitivas, y por su enfoque más televisivo que cinematográfico. Sin embargo, el valor informativo y documental de las imágenes compensa, con creces, el interés que genera la obra.
Su virtud más obvia es la fotografía, de belleza sobrecogedora. Villaronga no ha perdido la capacidad de impresionar nuestras retinas con imágenes imperecederas. Es una obra de arte.
La película cautiva desde el primer momento, gracias a su excepcional banda sonora, y deslumbra con una fotografía maravillosa. Esta obra se siente única, como lo logran solo los grandes cineastas.
Una obra tan alegre e intrascendente como un buen baile. El espectador puede sentarse con una copa al borde de la pista y pensar en lo absurdo que resulta todo o dejarse llevar y sentirse dichoso.
Es entretenida y fluye con ligereza. Se hace corta. Incluso su vertiente deportiva logra cierta emoción y evita caer en la cursilería, sin temor a ser incorrecta cuando es necesario.
Es posible que para el público suizo la cinta gane en interés, pero para los no iniciados la historia no es tan impactante o no se nos muestra así. La narración tampoco es capaz de transportar al espectador.
La cámara se aproxima a Colvin con pasión y conocimiento, y con una interpretación fantástica de Rosamund Pike, pero una estructura incompleta impide que el espectador salga saciado del todo.
La intriga, que tiene su importancia, no habría logrado sostenerse sin una base de verosimilitud. Es un excelente ejemplo de cine de evasión y representa una victoria del versátil cine alemán.
Debido a su modestia, a la película le cuesta desprenderse de cierto aire de telefilme, y tampoco llega a existir verdadera intriga. Sin embargo, como drama de conversión, resulta eficaz en su clasicismo narrativo.