Después de un comienzo pausado, la película se vuelve emocionante en varios aspectos. La narrativa cobra fuerza y se intensifica en nuestro interior. Felicity Jones y Demián Bichir ofrecen actuaciones memorables.
Es una película trepidante, con grandes actores jóvenes, un despliegue técnico a la última y un guion inteligente que cumplirá su cometido: llevar a los cines a un número galáctico de espectadores.
Desluce un poco por la calidad algo inconsistente de las imágenes, algunas de ellas repetitivas, y por su enfoque más televisivo que cinematográfico. Sin embargo, el valor informativo y documental de las imágenes compensa, con creces, el interés que genera la obra.
Su virtud más obvia es la fotografía, de belleza sobrecogedora. Villaronga no ha perdido la capacidad de impresionar nuestras retinas con imágenes imperecederas. Es una obra de arte.
Alonso y sus guionistas presentan una historia ambiciosa, merecedora de ser exhibida en las escuelas. Aunque se requería cierta simplificación en la narrativa, los personajes no se vieron afectados, logrando captar la simpatía del público.
La película cautiva desde el primer momento, gracias a su excepcional banda sonora, y deslumbra con una fotografía maravillosa. Esta obra se siente única, como lo logran solo los grandes cineastas.
Una obra tan alegre e intrascendente como un buen baile. El espectador puede sentarse con una copa al borde de la pista y pensar en lo absurdo que resulta todo o dejarse llevar y sentirse dichoso.
Es entretenida y fluye con ligereza. Se hace corta. Incluso su vertiente deportiva logra cierta emoción y evita caer en la cursilería, sin temor a ser incorrecta cuando es necesario.
Un buen resumen de la serie. La mayor aportación de la cinta, que también puede presumir de situaciones divertidas, es el interminable desfile de cameos.
Es una buena película, un relato emocionante que no recurre a los golpes bajos y apenas pierde ritmo en ningún momento. La historia tiene garra desde el principio y avanza con fuerza hasta el final.
Es posible que para el público suizo la cinta gane en interés, pero para los no iniciados la historia no es tan impactante o no se nos muestra así. La narración tampoco es capaz de transportar al espectador.
Antoine Raimbault, un director y guionista debutante, promete un gran futuro. La película se experimenta como un suspiro, y parece complicado obtener más de los actores.
La cámara se aproxima a Colvin con pasión y conocimiento, y con una interpretación fantástica de Rosamund Pike, pero una estructura incompleta impide que el espectador salga saciado del todo.
Hay tanto que contar de esta película que es preferible ir a sentirla directamente. Es una historia sencilla presentada con un impresionante despliegue técnico, destacando especialmente su invisibilidad.
La intriga, que tiene su importancia, no habría logrado sostenerse sin una base de verosimilitud. Es un excelente ejemplo de cine de evasión y representa una victoria del versátil cine alemán.
Su manejo del reparto es eficaz y aporta verosimilitud. En la puesta en escena, el cineasta no hace alardes. Quizá resulte excesivo que en una muestra tan pequeña se acumulen tantos traumas.
Debido a su modestia, a la película le cuesta desprenderse de cierto aire de telefilme, y tampoco llega a existir verdadera intriga. Sin embargo, como drama de conversión, resulta eficaz en su clasicismo narrativo.