Pese al intento reflexivo, ni la fotografía, ni la música, ni los escenarios superan el convencionalismo en una cinta que entretiene pero no trasciende.
Una película de predecible desenlace que no demanda mucho de los espectadores. Las reflexiones que podría provocar su historia se limitan a ser buenas intenciones, pero aun así logra ofrecer un entretenimiento adecuado para toda la familia.
Johnson reimagina el clásico relato del misterio sin resolver y lo refresca con un atractivo elenco de estrellas, un competente balance entre humor y suspenso y una aguda visión del entorno social y familiar del siglo XXI.
La avanzada tecnología no logra salvar una narrativa visual que se desmorona por movimientos de cámara caóticos y poco planificados. La película recurre a los impactantes momentos y a un sonido abrupto para intentar conseguir su propósito.
El drama personal y familiar se convierte en un recurso menor, mientras que los aficionados podrán disfrutar de impresionantes momentos visuales con criaturas que destacan por su realismo.
La animación empleada para representar ciertos personajes y dar vida a la protagonista se siente artificial, en un melodrama canino que seguramente logrará tocar la sensibilidad del público.
Desde una narrativa local, se expande hacia lo universal. Es una crítica contundente y al mismo tiempo nos invita a vivir la experiencia de aquellos que sufren la esclavitud moderna.
La desorientación de los personajes se convierte en angustia, miedo y paranoia, transformando el suspenso en una experiencia sensorial. Aunque resulta algo confusa, es visualmente cautivadora.
Transita entre la realidad y la ficción con buena calidad técnica y un argumento oportuno y reivindicativo, que rebasa el estereotipo para explorar ideas y emociones universales.
A pesar de la variación en el tono, los ocho capítulos de la segunda temporada mantienen algunos elementos narrativos que permiten una coherente continuidad en la historia.