La torpe adaptación y el lenguaje gélido y escasamente riguroso de la directora Emily Young, que no consigue convertir a personajes que son puro cliché en seres humanos reconocibles, echan a perder cuanto podía haber de sustancia dramática en la historia.
Éste es, como el film que lo precedió, uno de esos casos en que grandes actores son capaces de compensar con su encanto, su talento y su simpatía un material narrativo que no necesariamente debe desbordar de ingenio.
Es una obra que habla de artistas veteranos, retirados de su profesión, pero todavía apasionados por ella, una historia que no esconde las sombras crepusculares de la vejez, pero prefiere rescatar las pequeñas chispas que se conservan en la voluntad de vivir.
Un film de mafia a la mexicana, con ciertos toques de Tarantino, infinita violencia, mucho humor negro y un ritmo que Estrada sostiene firme de punta a punta.
Leigh observa, casi al pasar, algunas miradas cómplices entre ellos que revelan cómo su comprensión humana y cálida de los males ajenos parece albergar un sutil sentimiento de autosatisfacción.
Jason Reitman tiene la inteligencia necesaria para señalar, con precisión, algunos de los aspectos más discutibles de la vida contemporánea, sin perder nunca el tono de comedia.
La mirada irónica y los diálogos cargados de comentarios agudos crean un espejo que, sin ser complaciente ni despiadado, permite que la audiencia se reconozca en las pequeñas torpezas y desdichas de los personajes.
Beigbeder acierta con el tono, muestra bastante desenvoltura como narrador y se luce tanto en la dirección de actores como en la elección de la banda sonora.
El enfoque realista de Rémi Bezançon sobre la maternidad se siente limitado desde el comienzo, cuando la película se presenta con un tono encantador que recuerda a una comedia romántica.
Metáforas y alusiones que exigen el compromiso y la participación de un espectador que está habituado, incluso en el cine político, a un rol más pasivo.