La mirada irónica y los diálogos cargados de comentarios agudos crean un espejo que, sin ser complaciente ni despiadado, permite que la audiencia se reconozca en las pequeñas torpezas y desdichas de los personajes.
Damián Szifron sabe conectar con el ánimo del espectador usando un tono humorístico y zumbón, incluso para colocarlo frente a sus peores flaquezas, mostrándole sus crueldades y sus sentimientos más inconfesables.
Beigbeder acierta con el tono, muestra bastante desenvoltura como narrador y se luce tanto en la dirección de actores como en la elección de la banda sonora.
Fitzgibbon no logra esquivar algunos altibajos en la trama, que se vuelve monótona en el segmento final, culminando en un desenlace que, aunque funcional, podría haber ofrecido un giro más inesperado.
El enfoque realista de Rémi Bezançon sobre la maternidad se siente limitado desde el comienzo, cuando la película se presenta con un tono encantador que recuerda a una comedia romántica.
Metáforas y alusiones que exigen el compromiso y la participación de un espectador que está habituado, incluso en el cine político, a un rol más pasivo.
Lo más destacable de esta historia predecible con un desenlace milagroso es la actuación de Kalkbrenner y su música, aunque es posible que para sus seguidores la cantidad haya sido insuficiente.
Diritti centró su enfoque en la composición visual, lo que resultó en una reducción de la fuerza de su narrativa histórica, convirtiéndola en una experiencia más aséptica.
Canet navega por el género con notable maestría, sin embargo, la historia de amor que fundamenta el relato carece de la convicción y la intensidad necesarias para ser realmente efectiva.