Es una película extraña, bizarra, perversa, impactante. Los absurdos no parecen tener un sentido alegórico definido, pero en todo caso hay un juego poético consistente.
La comedia de engaños se tiñe con humor negro en un tono farsesco, con un increíble Cary Grant pasado de rosca, que puede hacer pensar en lo que vendrían a ser las actuaciones de Jerry Lewis o Steve Martin.
Una película costosa que carece de los atractivos necesarios para justificar su inversión. Los elementos absurdos superan lo razonable en el ámbito científico, y la atmósfera está dominada por una música melancólica y miradas llenas de tristeza.
En esta quinta entrega, la misión fue una vez más recuperar la esencia de la primera. Se puede sentir, casi palpablemente, las contradicciones, dudas, titubeos y apuestas cautelosas presentes en una megaproducción de este calibre.
Era imposible que con un material así Eastwood llegara siquiera a arañar la grandeza de sus varias obras maestras. Quizá por eso, es toda una lección de cine ver este film.
Además del visual alucinante, la película trasunta una enorme compenetración con todos los aspectos del básquetbol. No recuerdo una película deportiva más excitante que esta.
Considerando su cometido, la película resulta ser excelente. Aparte de las notables ideas del guion, muestra una formidable creatividad visual. Las imágenes son impactantes, y el montaje demuestra una increíble imaginación y destreza.
Una resolución meramente formal y emotiva. Traduciendo otro aspecto valioso de esta pequeña película, se observa una disposición de conciliación y un repaso sin reproches.
Sin haber sido un director experimental, Costa-Gavras nunca se acomodó en fórmulas, y cada una de sus películas refleja inquietudes y búsquedas. Puede que algunas de las presentadas aquí representen esa inevitable incompatibilidad.
Es un placer observar su cinematografía funcional y elegante. Esa narrativa contemplativa logra, en ciertos momentos, concentrar los elementos para generar una emoción intensa, misteriosa y discreta.
Más allá del cine de catástrofes, la película evita caer en elementos de acción heroica. Lo destacado es que esquiva maniqueísmos sencillos, presentando a los terroristas como individuos sinceros en su fe.
Una gozosa incursión en el mundo de la guerra pintado con rasgos de una inocencia acrítica: todo eso justificado de alguna manera en este contexto específico, y encarnado en tremendo espectáculo.
El guion es algo débil. Sheridan no tuvo suficiente tiempo ni presupuesto para desarrollar la idea de manera más efectiva. Es una lástima, ya que cuenta con escenas memorables, una atmósfera particular, un tema intrigante y excelentes momentos de acción, aunque están ensamblados de forma precaria.