Sin haber sido un director experimental, Costa-Gavras nunca se acomodó en fórmulas, y cada una de sus películas refleja inquietudes y búsquedas. Puede que algunas de las presentadas aquí representen esa inevitable incompatibilidad.
Es un placer observar su cinematografía funcional y elegante. Esa narrativa contemplativa logra, en ciertos momentos, concentrar los elementos para generar una emoción intensa, misteriosa y discreta.
Más allá del cine de catástrofes, la película evita caer en elementos de acción heroica. Lo destacado es que esquiva maniqueísmos sencillos, presentando a los terroristas como individuos sinceros en su fe.
Una gozosa incursión en el mundo de la guerra pintado con rasgos de una inocencia acrítica: todo eso justificado de alguna manera en este contexto específico, y encarnado en tremendo espectáculo.
El guion es algo débil. Sheridan no tuvo suficiente tiempo ni presupuesto para desarrollar la idea de manera más efectiva. Es una lástima, ya que cuenta con escenas memorables, una atmósfera particular, un tema intrigante y excelentes momentos de acción, aunque están ensamblados de forma precaria.
El enfoque resulta bastante superficial. No se esfuerza en analizar las razones detrás de la dictadura y presume que los motivos de la resistencia son evidentes. Además, los personajes carecen de una profundidad psicológica notable.
La película sufre del común inconveniente de las biografías convencionales: las historias reales rara vez se adaptan a los patrones de una narrativa clásica.
Realmente deslumbrante apreciar la potencia de los encuadres, lo novedoso de esas imágenes oscuras con la luz azulada difuminada por el humo, el swing rítmico, la fluidez y la complejidad del montaje.
Es una realización con todas las garantías del Hollywood clásico: esas actuaciones discretas pero contundentes, diálogos espléndidos, siempre algún detallecito de humor para cortar aquí y allá con la seriedad.
Acción, arte y feminismo en un drama histórico danés. La película culmina en un estilo próximo al cine de arte, destacando sus claroscuros pictóricos, los majestuosos palacios y los óleos del siglo XVIII.
Hay características de este proyecto que son insalvables, pero es de esperarse de la versión extensa, al menos, una historia mejor narrada, más coherente y con un poco más de involucramiento con sus personajes.
La película presenta muchos de los aspectos positivos que suelen estar presentes en una biografía cinematográfica, pero también padece de casi todos los aspectos negativos propios del género, lo cual se ve acentuado por un guion que resulta especialmente torpe.
Montada con maestría, la película potencia todo el efecto emotivo posible en escenas como el reencuentro con Jerry Lewis o la posible búsqueda del “Rosebud” del protagonista.
Puede parecer un mero documental pedagógico y una oportunidad compacta de curiosear en la obra de la directora, o de rememorar grandes películas, lo cual, tratándose de una autora de tal magnitud, es de por sí muy importante. Pero es mucho más que eso.