Con espontaneidad y breves escenas, el filme de Romina Paula ofrece una frescura notable, así como un estilo autorreferencial y exploraciones sobre la existencia.
Filme de suspenso con toques de horror que, aunque sutil, añade intriga. Se resalta por sus desolados y sombríos paisajes, así como por las impactantes locaciones de la ciudad fantasma.
La propuesta inicial era interesante, pero se siente un exceso de clichés y los personajes carecen de profundidad, lo que afecta la exploración de sus emociones.
La apertura del relato, presentada en blanco y negro, irradia una magia única y una simplicidad cautivadora. Sin embargo, esta atmósfera se ve desplazada en la segunda parte, donde el uso excesivo de efectos especiales y personajes peculiares le resta su esencia.
Este original testimonio muestra el contraste entre la popularidad de la televisión y la censura al mundo del arte y el espectáculo como representantes de un oficio sin utilidad y sentido.
Esta realizadora independiente se destaca en el nuevo cine estadounidense gracias a su fluida narrativa, un guión sólido y bien definido, además de su firme control sobre el desarrollo de personajes y la acción. Su aporte es indudablemente significativo.
La película se caracteriza por su meticulosa atención al detalle, complementada con una poderosa banda sonora creada por la talentosa cellista islandesa Hildur Guonadottir.
Impecablemente narrada, no concreta sus iniciales promesas y ciertas incongruencias narrativas se disimulan con sus admirables desbordes kinéticos a lo James Bond.
La representación de un tema tan áspero como la trata requiere de personalidades fuertes que consigan el tono adecuado para crear una comparación efectiva, pero no todos consiguen lograrlo.
Una dosis sutil de suspenso, ya que los giros son predecibles, pero las escenas mantienen su credibilidad. En resumen, es una película perfecta para aquellos que disfrutan del terror sin ser demasiado exigentes.