El director logra fortalecer su trama dramática mediante una economía de gestos y palabras, creando una atmósfera opresiva que va en aumento. Evita los arquetipos y elige con cuidado los momentos culminantes de la narración.
Interesantes ideas junto a obstáculos complicados que afectan negativamente el resultado, llevándolo a una falta de equilibrio y originalidad, dejando un regusto amargo al final.
Una película superior a lo que se podría haber imaginado, que invita a llorar con cadencia y, con suerte, a reflexionar sobre aspectos como la vida, la sanación, la familia y la muerte. Tal vez no en ese orden.
El nivel de chiribitas que los autores pretendían no logra fusionarse adecuadamente con la trama, a pesar de que Ángeles González-Sinde demuestra una mayor habilidad que otros guionistas recurrentes del equipo Albacete-Menkes.
Escalofriante arranque. La historia transita una rotonda entre la avenida Kafka y el bulevar Fernán Gómez. Tejero y Alterio ofrecen interpretaciones sencillamente perfectas.
Una crónica del desamparo que carece de la pegada de otros viajes a ninguna parte pero que atesora campos magnéticos y monólogos runruneantes capaces de tumbarte de un sorprendente directo al hígado
Abundante colección de tópicos que, sin embargo, presenta un valioso repertorio de imágenes donde se entrelazan la realidad y la pesadilla en delicadas capas.
Anna Faris es una gran comediante, capaz de elevar incluso las peores películas con su carisma. En esta comedia ligera, su estilo único brilla, aunque es evidente cómo se desarrolla la trama desde el principio.
Pedrada envuelta en celuloide urgente. Lástima que el desenlace sí palpe el baldosín falso de la ambigüedad dentro de un conjunto de alta precisión y presión.
Algunas entrevistas con sus exnovias son bastante impactantes, mientras que otras escenas resultan perturbadoras y rompen el ambiente. Lo más decepcionante es cómo se derrumba el concepto de transgresión en un final empalagoso.