Narrado con cierta garra, apoyado en las magníficas interpretaciones de Alfredo Landa y Carlos Larrañaga, pero buena parte del texto también se sustenta en conversaciones más típicas de una radionovela que del cine contemporáneo.
Una misteriosa, interesante, aunque algo plomiza en su parte central, indagación en el proceso artístico y mental de un hombre en crisis creativa y vital.
Huele a naftalina. Sus hechuras de superproducción nunca logran brillar debido al academicismo ramplón de la puesta en escena. Se presenta como un producto mustio y anticuado en el peor sentido de la palabra.
No será difícil de seguir para los nuevos espectadores, ya que se abordan cuestiones de relevancia histórica con ligereza. Sin embargo, hay algunos errores en la construcción de los personajes. A pesar de esto, junto con el entretenimiento habitual, se presentan tres pequeñas, pero significativas, historias.
Un conjunto que impresiona, aunque ofrece poco en términos profundos. Es una obra de gran producción, pero sigue siendo solo una anécdota. Además, está el entretenimiento de reconocer tomas copiadas de otras películas.
El talento visual de Zhang sigue presente, pero la trama de espionaje resulta a menudo confusa. Los espías se ven limitados por el exceso de esteticismo y propaganda.
Dirigida con una pulcritud e impersonalidad características por el experimentado Rob Marshall, esta película se asemeja mucho en estructura a la original. En lugar de adoptar un enfoque más moderno en lo técnico, opta por conservar un estilo retro.
Un trabajo notabilísimo en torno a la estética, la ética e incluso la legitimación de la barbarie por medio de temáticas y desarrollos, como una pieza más del mecano del genocidio.
Pedestre en su narrativa y en su producción, el tono de folletín familiar con risibles toques de espionaje bélico y hasta de thriller de intriga exhibe una atroz inconsistencia. El ritmo es tan lento que desanima, y la puesta en escena resulta vulgar.
Incuestionable heredera de 'Pa negre', esta película se presenta como una obra destacada. La producción es impecable, complementada por sobresalientes elementos formales y artísticos. Se trata de una gran representación de la Guerra Civil.
La contrapartida de una película sin estilo sobre un escritor de estilo único, quizá el mayor de sus defectos, es que, a pesar de todo, la historia es siempre interesante por cada acera vital por la que pasa.
Quizá demasiado larga en cuanto a metraje, pero con un notable nivel medio, la película, desde luego, quedará en la retina por la valentía de un instante eterno.
Ya no se hacen películas así. Y eso convierte a Woody Allen en un director único. Es una nueva demostración de libertad; también de trascendencia a partir de la sencillez, de complejidad desde la ausencia de afectación.
Hay películas que nacen viejas antes de empezar. Una narración rancia acompañada de un simple bosquejo de la figura de un gran cómico del cine popular.