Comedia a seis manos. Es una película donde resulta evidente la influencia de cada escritor, pero los cambios de tono y esencia distorsionan en lugar de fusionar.
Además de carente de ritmo, hinchada de metraje, con unos insulsos personajes secundarios y con apenas un par de gags salvables, casi parece una comedia antigua, en el peor sentido del término.
El ímpetu y la presión son captados por la cámara de Howard con un estilo distintivo. Su hermosa fotografía resalta la calidad visual de la película, que solo muestra un par de deslices en su ejecución.
Irregular tanto en la composición de las situaciones como en los diálogos, la película está compuesta a partir de un desorden narrativo que, al tiempo, se convierte en virtud y defecto.
Se convierte en la notable película a la que siempre aspira cuando se deja de gracietas, y se centra en el soberbio duelo de egos entre los actores. (...) unos 10 minutos finales sensacionales.
Opta por una sencillez que, desde luego, llevará a muchos a decir que es "poca cosa", o incluso "un corto alargado". No lo es en ninguno de los dos casos; es un bonito ejercicio de sencillez que te mantiene alerta por medio de un vacío sólo aparente.
Nicolás Alcalá demuestra una notable capacidad visual, sin embargo, su talento narrativo es prácticamente inexistente. Aunque presenta una idea interesante, su desarrollo es defectuoso debido a la estructura no lineal y al contenido que carece de profundidad.
Una película ligera y agradable por sus valores éticos, pero que resulta demasiado repetitiva en su mensaje y acciones. Esto la lleva a convertirse en una clara obviedad, incluso en sus diálogos.
Una obra no apta para todos los paladares, pero que capta la malsana desconfianza en tiempos de guerra con el filo de una cámara que, en no pocos instantes, arrebata
Aunque algo frenética, la película se disfrute con cierto placer mientras conserva su juguetona energía. No obstante, cuando el amor aparece, la trama se vuelve más predecible y rutinaria.
Partiendo de una situación tan simpática como improbable, 'Inmaduros' se adentra en la comedia generacional, aunque lo hace sin ofrecer muchas novedades.
Garrel se desnaturaliza. Poco queda de aquella actitud 'posnouvelle vague'. El cine dentro del cine que retrata, en el que parece criticar el acartonamiento del relato de época, demuestra que solo ve la paja en el ojo ajeno.
Se alimenta demasiado del arquetipo. Sin embargo, el empaque de la película, de hermosas fotografía y banda sonora, y de elegante puesta en escena, provoca que el relato avance con cierta convicción, aunque más a través del armazón técnico que del sentimental.
Pierde fuelle conforme, más que la moral en sí misma, va entrando en juego un eslabón que a lo largo de la película parece olvidado y que, cuando aparece, el mecanismo estalla por falta de credibilidad: los hijos.
El pomposo Joe Wright parece más preocupado por visualizar una sinfonía de Beethoven con una especie de salvapantallas caleidoscópico que por indagar en uno de los grandes temas de su drama.
Mejor cuanto más apegada a la tierra, cuanto más centrada en el devenir físico de sus personajes, resbala cuando se sube a las nubes de una poesía visual más cercana a un realismo mágico con tendencia a lo rancio. Actual, intemporal.