Película nada fácil. Se presenta como una cuesta arriba que, sin embargo, encontrará adeptos; este crítico es uno de ellos. El nivel intelectual de sus propuestas representa en todo momento un reto apasionante.
A pesar de la hermosa luz de los amaneceres y crepúsculos, la película resulta más lenta que tranquila. Además, los toques sociales, especialmente sobre el clasismo, no logran que su delgado guion soporte adecuadamente el peso del tiempo.
Una obra apasionante en su fondo y deslumbrante en sus formas, donde Davies demuestra una vez más que el mejor estilo, muchas veces, no tiene por qué comerse el fondo del relato.
La pena es que algunos de los temas abordados no reciben el desarrollo adecuado o parecen superficiales. La película avanza con una belleza aparente que, sin embargo, no logra provocar ninguna emoción.
En 'La mujer de negro', gran parte de lo que se presenta parece familiar. Sin embargo, se siente genuino: la recreación es impecable, los rostros transmiten autenticidad y hay varios instantes que logran erizar la piel.
Narrado con cierta garra, apoyado en las magníficas interpretaciones de Alfredo Landa y Carlos Larrañaga, pero buena parte del texto también se sustenta en conversaciones más típicas de una radionovela que del cine contemporáneo.
Una misteriosa, interesante, aunque algo plomiza en su parte central, indagación en el proceso artístico y mental de un hombre en crisis creativa y vital.
Huele a naftalina. Sus hechuras de superproducción nunca logran brillar debido al academicismo ramplón de la puesta en escena. Se presenta como un producto mustio y anticuado en el peor sentido de la palabra.
No será difícil de seguir para los nuevos espectadores, ya que se abordan cuestiones de relevancia histórica con ligereza. Sin embargo, hay algunos errores en la construcción de los personajes. A pesar de esto, junto con el entretenimiento habitual, se presentan tres pequeñas, pero significativas, historias.
Un conjunto que impresiona, aunque ofrece poco en términos profundos. Es una obra de gran producción, pero sigue siendo solo una anécdota. Además, está el entretenimiento de reconocer tomas copiadas de otras películas.
J. Edgar, excelente en casi todo, es puro Clint Eastwood. Ahí están la luz tenue y sus matices pictóricos, su cadencia, delicadeza y el apasionante retrato de un hombre contradictorio.
Estimulante combate dialéctico roto por una narrativa deplorable. Es la viva demostración de que una interesante conversación entre dos genios puede resultar un tostón si no se ordena y se visualiza con el suficiente talento.
Aunque cumple con lo que promete, el entretenimiento y la intriga del whodunit (¿quién lo hizo?), además del aparente lujo, incluso en clave de musical de altura, en las tomas de exterior la película está a punto de derrumbarse por culpa de unos horrendos planos con croma.
El talento visual de Zhang sigue presente, pero la trama de espionaje resulta a menudo confusa. Los espías se ven limitados por el exceso de esteticismo y propaganda.