J. Edgar, excelente en casi todo, es puro Clint Eastwood. Ahí están la luz tenue y sus matices pictóricos, su cadencia, delicadeza y el apasionante retrato de un hombre contradictorio.
Estimulante combate dialéctico roto por una narrativa deplorable. Es la viva demostración de que una interesante conversación entre dos genios puede resultar un tostón si no se ordena y se visualiza con el suficiente talento.
Aunque cumple con lo que promete, el entretenimiento y la intriga del whodunit (¿quién lo hizo?), además del aparente lujo, incluso en clave de musical de altura, en las tomas de exterior la película está a punto de derrumbarse por culpa de unos horrendos planos con croma.
Una obra esencialmente diplomática que se desvía con cierto brío hacia el espionaje y el suspense, y que siempre mantiene el notable atractivo intelectual de los personajes. El director narra su relato con elegancia, pasión y reflexión.
El talento visual de Zhang sigue presente, pero la trama de espionaje resulta a menudo confusa. Los espías se ven limitados por el exceso de esteticismo y propaganda.
Su estructura de manual de guion, con frase clave en el momento climático, empequeñece un conjunto sobrio, que da la vuelta a la historia de Bonnie y Clyde.
Dirigida con una pulcritud e impersonalidad características por el experimentado Rob Marshall, esta película se asemeja mucho en estructura a la original. En lugar de adoptar un enfoque más moderno en lo técnico, opta por conservar un estilo retro.
Un trabajo notabilísimo en torno a la estética, la ética e incluso la legitimación de la barbarie por medio de temáticas y desarrollos, como una pieza más del mecano del genocidio.
Pedestre en su narrativa y en su producción, el tono de folletín familiar con risibles toques de espionaje bélico y hasta de thriller de intriga exhibe una atroz inconsistencia. El ritmo es tan lento que desanima, y la puesta en escena resulta vulgar.
Incuestionable heredera de 'Pa negre', esta película se presenta como una obra destacada. La producción es impecable, complementada por sobresalientes elementos formales y artísticos. Se trata de una gran representación de la Guerra Civil.
La contrapartida de una película sin estilo sobre un escritor de estilo único, quizá el mayor de sus defectos, es que, a pesar de todo, la historia es siempre interesante por cada acera vital por la que pasa.
Quizá demasiado larga en cuanto a metraje, pero con un notable nivel medio, la película, desde luego, quedará en la retina por la valentía de un instante eterno.
Ya no se hacen películas así. Y eso convierte a Woody Allen en un director único. Es una nueva demostración de libertad; también de trascendencia a partir de la sencillez, de complejidad desde la ausencia de afectación.
Un guion tramposo en el que se introduce el típico personaje que todo lo sabe y todo lo explica, perfecto para no complicarse una narración en la que, sello de estilo, se pasa por encima de los temas problemáticos.
Hay películas que nacen viejas antes de empezar. Una narración rancia acompañada de un simple bosquejo de la figura de un gran cómico del cine popular.