El filme intenta ser un nuevo wéstern en un entorno inhóspito, pero no logra cumplir con esa ambición. Las motivaciones de los personajes están más relacionadas con el folletín que con una narrativa sólida.
Bonita, un notabilísimo diseño de producción y una impecable factura técnica y artística. Con un ritmo endiablado que pocas veces desfallece, destaca la frescura de los intérpretes.
El remilgo visual y textual viene de la mano de un tema mayor y de unos subtextos interesantísimos, lo que deja en pie a la excelente primera hora y cuarto. Sin embargo, en la segunda y tercera partes, el cine excesivamente elaborado de Malick no logra penetrar con la misma fuerza.
Crónica incluso didáctica. Ofrece lo que prometen las películas de Emmerich: una experiencia centrada más en el espectáculo que en el rigor. Sin embargo, esta vez se presenta con un toque adicional de moderación.
La parte militar y política es muy interesante. La parte romántica, no tanto. Y la dicotomía entre la humillación y la piedad, que debería haber sido fundamental, acaba perdiendo terreno.
Una de esas películas-río más grandes que la vida. A la antigua, a contracorriente. Ambiciosa y profunda en algunos aspectos, y un tanto superficial en otros, tiene algunos resbalones obvios de tono.
A pesar de una dirección que recuerda al estilo de Malick, la primera mitad de la película consigue captar la grandiosidad de la parafernalia nazi. Sin embargo, en la segunda mitad, la narrativa se convierte en un relato bélico más convencional.
Con un puñado de excelentes actuaciones y el brío natural que poseen los trabajos de Gibson, su nueva película vuelve a ser un sermón poco sutil que, en su fascinante visualización, se convierte en la feliz contradicción que es el australiano como artista.
Es un melodrama solemne, un thriller lírico, un drama existencial sobre una época de lucha y huida controlada. Una obra vehemente e inteligente, con bellísimos momentos.
La película carece de enigma, pero establece una estructura dramática efectiva. Esto no es fácil de lograr, aunque no se puede considerar brillante. Además, el personaje de Turing, siempre arriesgado, merecía más valentía en su representación y menos conformismo en su desarrollo.
De aspecto impoluto, excelentes intérpretes y enorme interés dramático, donde una cierta superficialidad en el desarrollo provoca que los aspectos sentimentales y melodramáticos acaben ganando la partida a los más ambiguos, trascendentes y, por qué no, interesantes.
En el filme no hay dobles caras, solo estereotipos. Fleischer crea una repetición sin originalidad, una simple copia que carece de verdadera capacidad para la puesta en escena.
Una película de cuidada fotografía, bellos paisajes, nobles propósitos y evidente interés, a la que le falta el alma que proporciona el atrevimiento, la sorpresa, el talento innato.
Un planteamiento que funciona medianamente bien en el guion, pero no tanto en la puesta en escena, tan deudora del cine de Terrence Malick que, al tratarse solo de un sucedáneo, pierde la oportunidad de convertirse en una película realmente auténtica.
Incluso a la mayor de las locuras hay que otorgarle una estructura, un ritmo adecuado, unos personajes con un objetivo. 'Crebinsky' carece de todo ello, disolviéndose como un azucarillo.