Aunque cumple con lo que promete, el entretenimiento y la intriga del whodunit (¿quién lo hizo?), además del aparente lujo, incluso en clave de musical de altura, en las tomas de exterior la película está a punto de derrumbarse por culpa de unos horrendos planos con croma.
Una obra esencialmente diplomática que se desvía con cierto brío hacia el espionaje y el suspense, y que siempre mantiene el notable atractivo intelectual de los personajes. El director narra su relato con elegancia, pasión y reflexión.
El talento visual de Zhang sigue presente, pero la trama de espionaje resulta a menudo confusa. Los espías se ven limitados por el exceso de esteticismo y propaganda.
Sólida en su narración, 'The Good Traitor' cojea en demasía en su visualización y en su mala combinación de blanco y negro con color. Es un esfuerzo más digno por su valor educativo que por sus cualidades cinematográficas.
Su estructura de manual de guion, con frase clave en el momento climático, empequeñece un conjunto sobrio, que da la vuelta a la historia de Bonnie y Clyde.
Extraordinario ejercicio de metraje encontrado de incalculable valor en tres vertientes: la histórica y la política; la vanguardia y la teoría de la imagen; y la del aspecto más humano, el arrepentimiento, la redención, incluso la vergüenza.
Dirigida con una pulcritud e impersonalidad características por el experimentado Rob Marshall, esta película se asemeja mucho en estructura a la original. En lugar de adoptar un enfoque más moderno en lo técnico, opta por conservar un estilo retro.
Un trabajo notabilísimo en torno a la estética, la ética e incluso la legitimación de la barbarie por medio de temáticas y desarrollos, como una pieza más del mecano del genocidio.
Pedestre en su narrativa y en su producción, el tono de folletín familiar con risibles toques de espionaje bélico y hasta de thriller de intriga exhibe una atroz inconsistencia. El ritmo es tan lento que desanima, y la puesta en escena resulta vulgar.
Incuestionable heredera de 'Pa negre', esta película se presenta como una obra destacada. La producción es impecable, complementada por sobresalientes elementos formales y artísticos. Se trata de una gran representación de la Guerra Civil.
La contrapartida de una película sin estilo sobre un escritor de estilo único, quizá el mayor de sus defectos, es que, a pesar de todo, la historia es siempre interesante por cada acera vital por la que pasa.
Quizá demasiado larga en cuanto a metraje, pero con un notable nivel medio, la película, desde luego, quedará en la retina por la valentía de un instante eterno.
Ya no se hacen películas así. Y eso convierte a Woody Allen en un director único. Es una nueva demostración de libertad; también de trascendencia a partir de la sencillez, de complejidad desde la ausencia de afectación.
Un guion tramposo en el que se introduce el típico personaje que todo lo sabe y todo lo explica, perfecto para no complicarse una narración en la que, sello de estilo, se pasa por encima de los temas problemáticos.
Hay películas que nacen viejas antes de empezar. Una narración rancia acompañada de un simple bosquejo de la figura de un gran cómico del cine popular.
Un cargamento de lugares comunes alrededor de los triángulos amorosos, el maltrato animal y la violencia de género. Poco hace para escapar del cliché, tanto en su engranaje general como en el secuencial.
Un producto de calidad, de primoroso acabado, aunque en ocasiones más aparente que solvente. Lo tiene todo para triunfar: una historia de superación, excelentes diálogos, ironía, delicadeza, emoción, ligereza.