Apoyada en una estructura de historias en paralelo que, al final, gira con una excelente sorpresa narrativa, pero se derrumba por su tono discursivo y aleccionador, grueso y sin matices.
Maas y Kaufmann han compuesto una película de espionaje puro y duro que mezcla variadas épocas, no siempre con orden y concierto, y evidentes paralelismos con la sensacional 'La vida de los otros'.
Notable, impactante banda sonora de exquisito gusto; se destaca especialmente por esos pequeños detalles que reflejan tanto el absurdo como la grandeza de la vida.
A pesar de la dificultad para seguir su vertiginoso ritmo y la cuestionable gracia de los chistes, es necesario reconocer a los Daniels su inagotable imaginación, la intensidad del conjunto, así como su valentía y libertad creativa.
Esteticismo tan bello como desequilibrado. Las secuencias de acción son verdaderas obras de arte. Sin embargo, ocupan demasiado metraje para que la balanza no caiga del lado del aburrimiento.
Una primera mitad tediosa y repetitiva, marcada por el acoso de la criatura protagonista, que carece de contexto. Cuando finalmente se presentan los datos, parece que Wan ha desperdiciado tiempo, pero su trabajo logra recuperarse en la segunda parte.
Se ve con interés, tiene consistencia en las interpretaciones principales, gusto en la producción y el arte, y unos logrados efectos especiales (...). Todo ello comandado por el pulso y la artesanía habitual de González Molina.
El mayor inconveniente de la película radica en que forma y fondo nunca logran converger. Es entretenida, mantiene un buen ritmo y presenta ciertos elementos interesantes, pero se queda un poco a medias.
Con algún hallazgo estético de mérito, Laugier vuelve a exponer sus torturas con una determinación difícilmente soportable. Pero desbarra en su expreso homenaje al maestro del terror literario H. P. Lovecraft.
Larsson para unos pocos. Entre los hilos argumentales más relevantes y la intriga convencional, se han decantado por esta última. Han desaparecido desde tramas insustanciales hasta otras más elementales.
La fotografía es excesivamente brillante; el frenético montaje recuerda los peores momentos de Tony Scott. La dirección artística resulta inverosímil y, a menudo, risible. Las pretensiones morales son, claramente, desmesuradas.
Dos grandes, perdidos. Rutinario thriller policial de marcado tono ultraderechista, es la última muestra de su falta de rumbo. El desenlace es rocambolesco, basado en un truco de guion.