Con algún hallazgo estético de mérito, Laugier vuelve a exponer sus torturas con una determinación difícilmente soportable. Pero desbarra en su expreso homenaje al maestro del terror literario H. P. Lovecraft.
Larsson para unos pocos. Entre los hilos argumentales más relevantes y la intriga convencional, se han decantado por esta última. Han desaparecido desde tramas insustanciales hasta otras más elementales.
La fotografía es excesivamente brillante; el frenético montaje recuerda los peores momentos de Tony Scott. La dirección artística resulta inverosímil y, a menudo, risible. Las pretensiones morales son, claramente, desmesuradas.
Dos grandes, perdidos. Rutinario thriller policial de marcado tono ultraderechista, es la última muestra de su falta de rumbo. El desenlace es rocambolesco, basado en un truco de guion.
Ni Harris ni el director, Peter Webber, cumplen con sus funciones. La trama se limita a un esquema predecible de venganza contra aquellos que causaron el sufrimiento, y poco más.
En verano se estrena cualquiera cosa. Pero hay asuntos que sobrepasan la chatarra habitual. Como esta barbaridad, reaccionaria intriga criminal dotada de un guión infame
A pesar de algunas ideas interesantes, la película resulta en su conjunto predecible y carente de sorpresas; cumple con lo básico, pero se siente apagada.
Howard aporta su experiencia como narrador, pero en las secuencias de lucha y combate muestra una puesta en escena y un montaje desactualizados, sin energía ni impacto. Este aire frustrante solo se desvanece en los últimos treinta minutos.
Tiene todo para el triunfo entre el gran público: actores famosos, trama de lo más simple, efectos especiales de impresión y diálogos facilones. Basado en una famosa serie de TV. Lo mejor, los títulos de crédito.