La historia se conecta con lo sencillo, evitando caer en lo simple. Temas como la nobleza, la dignidad, la redención, la venganza y el miedo están presentes. Hay arte en cada plano, en esa fotografía de textura áspera, tan destacada como la de su predecesora. Stallone y Rocky reciben el respeto que merecen.
Puñetazos de nostalgia. Huye del ridículo de la mayoría de las secuelas anteriores y mantiene cierta dignidad a pesar de que su personaje principal parece más un santo que un ex boxeador.
Pretende convertir en comedia lo que solo es un chascarrillo. Es como si los personajes de 'Porky's', 'Desmadre a la americana' o 'American pie' se hubieran extraviado en un cuento infantil, pero con mucho menos ingenio.
El supuesto ateísmo resulta ser tan ilusorio como la propia historia. La representación del mágico universo del relato parece repetitiva, pero en este caso, todavía menos convincente.
Película quizás demasiado encerrada en el ámbito doméstico, donde se extraña un poco de aire fresco. No obstante, se mantiene gracias a su vertiginosa velocidad y, sobre todo, a la audacia de sus inesperados giros de género y cambios tonales.
Esta segunda entrega es más de lo mismo. Sin embargo, se olvidará tan rápido como la primera, y eso está bien. Puede cumplir con las expectativas si buscas solo un entretenimiento ligero, ideal para disfrutar un buen rato y luego pasar a otra cosa.
Discretísima, la única parte que realmente destaca de esta comedia de espionaje con toques de película de colegas es el final, que tiene algo de garra. Sin embargo, se limita a apenas cinco minutos.
Un gran wéstern social. Una de las películas más sorprendentes de los últimos años. Es cine mayúsculo sobre recompensas: económicas y, aún mejor, morales.
Zeitlin logra capturar la esencia del sur, la envuelve en una poética visual y simbolismo, evitando caer en la denuncia social. No es una cinta diseñada para el entretenimiento superficial; es una profunda inyección del espíritu sureño, una experiencia ensoñada que es tanto dulce como inquietante.
Su fórmula narrativa acaba convirtiendo un defecto en una virtud. Nada hay más alejado del cine que ver a un tipo largando una teoría tras otra durante una conferencia. Tiene el valor de la divulgación de lo incontestable más allá de sus más nimios defectos.
El pastiche no logra fusionarse en un estilo homogéneo y cautivador, aunque sí consigue sus mejores momentos a través del humor negro. Sin embargo, las interpretaciones son solo discretas y el inicio resulta demasiado lento.
A la película la han crucificado los críticos foráneos y quizá sea excesivo, porque aguanta dos tercios de historia; eso sí, en el último trecho se derrumba.
Muestra un exquisito gusto para el encuadre, para el montaje iluminador de los grandes instantes de una vida, y para el tratamiento musical (...) sus imágenes, y ese discursazo sobre lo que lo que permanece y lo que se va (...) quedarán en la memoria.
Wan articula una primera media hora con una elegante estilización de la nada, y una segunda mitad desbordante donde la confusión sexual y el travestismo generan tanto miedo como risas.