Guiñolesco divertimento con aires de comedia negra, al que le falta crueldad para ser verdaderamente oscura cuando no es más que gris clara, pero que va sobrado de efervescencia y de exquisita falta de pretensiones (...) desde su forzadísima premisa.
El deseo y la fusión de épocas se entrelazan en esta película fascinante. Su complejidad atrae, pero, debido a su dificultad, podría considerarse más hermosa al ser apreciada en fragmentos que como un todo.
La secuencia de arranque ya hace saltar las alarmas, presentando un texto carente de chispa y calidad. La película se constituye como una comedia negra de enredos que, desafortunadamente, rara vez logra encontrar su tono.
Hermana menor de 'Muertos de risa' (1999), esta obra se presenta como más astuta y traviesa. Es posible que, al igual que la realidad que refleja, sea más popular que subversiva, algo que no deja de ser una elección válida.
Iñárritu ofrece un giro impresionante en su carrera. La película se presenta como inabarcable e inmensa, con múltiples capas narrativas, subtextos y radicalismos formales. Es una obra de arte emocionante y libre.
Es la viva demostración de que con cuatro duros se pueden hacer cosas importantes. Una película concebida desde las entrañas, que cautiva por la autenticidad de sus diálogos y por su capacidad de transmitir emociones.
Si solo fuera por la parte política y no se escabullera con la sal gorda, Baron Cohen hubiese compuesto una película casi notable, aunque mucho menos sangrante de lo que sus propios autores se piensan.
Empieza siendo un notable, divertido y gamberro ejercicio de reciclaje de situaciones en versión cafre, para acabar resultando un filme de enmascarados justicieros al uso, hiperviolento y de factura técnica impecable.
Una suerte de comedia negra, con pleno dominio de la sorna y el absurdo, que en algunos momentos no está demasiado lejos del humor de Luis G. Berlanga.
Desde su eslogan promocional apela a la comedia, pero la mezcla de géneros nunca acaba de conformarse por culpa de un constante desequilibrio formal. Se queda en terreno de nadie.
A pesar de algún esporádico acierto cómico y de un planteamiento con posibilidades, la película es una deplorable alegoría del universo pijo, plagada de banalidades y subrayados.
Funciona conforme más estrambóticas son sus secuencias. En cambio, se derrumba por debajo: es en las escenas más trágicas cuando se rompe el tono y el filme cae en charcos nada perdonables.
La excelente música de Clint Mansell y el ágil montaje otorgan brillantez a la forma de su filme. En cambio, el fondo, todas y cada una de las historias cruzadas, son tan nimias, con tan poca enjundia, que por mucha atracción que se ejerza nunca terminan de enganchar.