L. S. Lowry no merecía una película tan mustia. El montaje, con largos encadenamientos y numerosas imágenes superpuestas poco atractivas, provoca que la historia no fluya, sino que se sienta estancada a lo largo de todo el relato.
A pesar de la riqueza del discurso del Papa, en varios momentos lo expresado resulta excesivamente retórico. Wenders aborda los aspectos más contradictorios de la institución católica sin profundizar realmente en ellos.
Extraña, atractiva y dolorosa biografía cinematográfica, que se aleja del biopic tradicional, centrada en un breve lapso de tiempo que retrata no los momentos de éxito, sino aquellos de declive.
Una película que tiende hacia lo sublime, una obra de riguroso aparato formal que, en su despliegue con severa sencillez, trasciende la cotidianidad de su personaje para alcanzar también a la persona, su nobleza y su poesía.
Los directores han decidido crear una película destinada a un público infantil. Los personajes son exagerados en su comportamiento y en su representación social, lo que resalta la lucha de clases. Es un producto que no soporta el más mínimo análisis, ya sea social, futbolístico o cinematográfico.
La película presenta numerosas debilidades; sin embargo, De la Iglesia y Valdano podrían haber dado origen a la figura del documental deportivo familiar ficcionado.
Moscati, nombrado santo por Juan Pablo II, parece un personaje más interesante de lo que muestra la película. Esta versión cinematográfica de una miniserie de la RAI, que dura casi cuatro horas, tiene un aspecto formal anticuado y se presenta de manera unidireccional, centrada en la hagiografía cristiana.
La película resucita la estructura, el lenguaje, el retrato de personajes y el espíritu reprobador de la obra de Austen. (...) una especie de película-fotocopia de gran eficacia.
El tono se reblandece demasiado, sobre todo en la secuencia final. Eso sí, en la dirección, apoyado en la preciosa fotografía de Eduardo Serra, Spacey demuestra buen gusto y las numerosas escenas de conciertos están filmadas con elegancia.
Con una bellísima fotografía, la película ofrece un trapecista juego narrativo que, aunque pueda parecer imaginativo en el papel del guión, no logra traducirse efectivamente en la pantalla.
Davis intenta ofrecer un toque de autoría personal que no logra transmitir. Sin embargo, cuando se enfoca en narrar las relaciones entre sus personajes, la película encuentra su camino.
Meg Ryan pierde el rumbo. La acumulación de clichés es tal que llega a asemejarse a una parodia de las películas de boxeo. Es una producción que destaca por su capacidad de ser, al mismo tiempo, burda y sentimental.
Ni empacha ni repite. Con una puesta en escena sencilla, que no simple, perfecta en ritmo. Además, sorprende por la figura del presidente de la República propuesto.
Bauer sigue la senda establecida por el mito. La hagiografía se conforma nuevamente y el relato transita rápidamente por sus aspectos más controvertidos.