Un gran wéstern social. Una de las películas más sorprendentes de los últimos años. Es cine mayúsculo sobre recompensas: económicas y, aún mejor, morales.
Zeitlin logra capturar la esencia del sur, la envuelve en una poética visual y simbolismo, evitando caer en la denuncia social. No es una cinta diseñada para el entretenimiento superficial; es una profunda inyección del espíritu sureño, una experiencia ensoñada que es tanto dulce como inquietante.
El pastiche no logra fusionarse en un estilo homogéneo y cautivador, aunque sí consigue sus mejores momentos a través del humor negro. Sin embargo, las interpretaciones son solo discretas y el inicio resulta demasiado lento.
A la película la han crucificado los críticos foráneos y quizá sea excesivo, porque aguanta dos tercios de historia; eso sí, en el último trecho se derrumba.
Wan articula una primera media hora con una elegante estilización de la nada, y una segunda mitad desbordante donde la confusión sexual y el travestismo generan tanto miedo como risas.
El creador sueco vuelve a sumergirse en su mundo de payasos tristes que pronuncian frases superficiales, las cuales revelan una profunda reflexión sobre lo absurdo de la existencia.
Una de las propuestas más insólitas del cine contemporáneo. Hay que celebrar la irrupción en la cartelera de una película tan única. Eso sí, dejemos los miedos de lado, ya que lo que encontramos aquí se asemeja más al estilo de Buster Keaton que al de Robert Bresson.
Mejor cuanto más intimista, 'La gran familia…', pese a sus dudas, acaba contagiando su espíritu popular: el de un gol que nos dejó con cara de no saber si reír o llorar.
Una de esas "películas de chicas". Creada, como una prenda de ropa de la moda, a partir de un proceso de cortar y pegar elementos de otros éxitos recientes.
La cirugía es el nuevo sexo, según Cronenberg. Esta obra provoca intensas sensaciones y emociones, desafiando cualquier convencionalismo. Es un cine que explora el ardor y el dolor.
La película no va más allá de una simple curiosidad y una tendencia. Sus cultos satánicos, los momentos de gore y su atmósfera supuestamente inquietante han sido presentados en varias películas olvidadas, muchas de ellas con una mejor construcción dramática y narrativa.
La visión de Hirschbiegel se basa en un error fundamental. Las interpretaciones explícitas permiten identificar rápidamente quién es humano y quién no. El tono de la película se aleja del terror y se sitúa en el ámbito del cine político posterior al 11-S.
Dirigida por su carismático actor en un debut tras la cámara con notable pulso, Creed III es, como sus dos antecesoras, pura cultura y comunidad negra. Y ese giro, manteniendo las esencias resulta fascinante.
El supuesto ateísmo resulta ser tan ilusorio como la propia historia. La representación del mágico universo del relato parece repetitiva, pero en este caso, todavía menos convincente.
Esta segunda entrega es más de lo mismo. Sin embargo, se olvidará tan rápido como la primera, y eso está bien. Puede cumplir con las expectativas si buscas solo un entretenimiento ligero, ideal para disfrutar un buen rato y luego pasar a otra cosa.
Una película que se presenta excesiva en varios aspectos: es blanda en su intento de ser dulce, se vuelve chusca al intentar hacer denuncia, sobreactúa cuando Sy intenta ser chistoso, y resulta más graciosa que cómica en sus momentos de humor.