Melodrama con toques de comedia. A veces, incluso algo extemporánea, como en los instantes de slapstick, definitivamente fuera de onda a pesar de la simpatía general del conjunto.
A pesar de su enfoque intelectual, Baumbach se desenvuelve en la construcción de la historia con la simplicidad cotidiana de la nouvelle vague, fusionando esta estética con la energía de una comedia romántica juvenil.
Entre el sentido común y la idiotez contemporánea, la película, presentada con simplicidad y autenticidad por Loncraine, se destaca por un elemento invaluable: el poder de las miradas.
Los temas que aborda la obra surgen de manera fluida, sin que los giros sean evidentes. Esto es una clara señal del talento de un gran autor. Se logra un equilibrio perfecto entre la profunda trascendencia y la normalidad cotidiana, combinando hábilmente drama y comedia.
Esta película cuenta con dos virtudes fundamentales que la hacen irresistible: una escritura sutil y sensible, capaz de ser ligera y trascendental al mismo tiempo, así como un trabajo interpretativo excepcional.
El arranque es demoledor. Tykwer demuestra que puede ser un artesano al servicio del cine de género. Sin embargo, el tercio final rebaja las prestaciones de lo contado hasta entonces.
El supuesto ateísmo resulta ser tan ilusorio como la propia historia. La representación del mágico universo del relato parece repetitiva, pero en este caso, todavía menos convincente.
Esta segunda entrega es más de lo mismo. Sin embargo, se olvidará tan rápido como la primera, y eso está bien. Puede cumplir con las expectativas si buscas solo un entretenimiento ligero, ideal para disfrutar un buen rato y luego pasar a otra cosa.
Es una buddy movie que incorpora un giro adicional en su enfoque cómico, aunque acaba confundiendo la forma y el fondo, así como la broma con el modelo a seguir.
Una película que se presenta excesiva en varios aspectos: es blanda en su intento de ser dulce, se vuelve chusca al intentar hacer denuncia, sobreactúa cuando Sy intenta ser chistoso, y resulta más graciosa que cómica en sus momentos de humor.
Su fórmula narrativa acaba convirtiendo un defecto en una virtud. Nada hay más alejado del cine que ver a un tipo largando una teoría tras otra durante una conferencia. Tiene el valor de la divulgación de lo incontestable más allá de sus más nimios defectos.
Leo Harlem vuelve a demostrar su solvencia, aunque no logra salvar el conjunto de la película. Es aceptable en la presentación de roles, pero peor en la peripecia e intragable en lo sentimental.
Érase otra vez. Es la clara demostración de que lo fundamental en un buen relato es que esté bien contado. En este caso, eso no ocurre. Incluso si decides modificar la historia o continuarla, es crucial que lo hagas con convicción.
Película solo apta para los más pequeños. El conjunto presenta una dignidad destacable. La película refleja claramente la sensibilidad y la corrección propias de nuestra época.
Una especie de Buscando a Nemo de saldillo, destinada a los críos más pequeños (no más de 8-9 años), que no pasa de lo digno en el apartado técnico, mientras en el narrativo todo suena a subtextos, relatos y emociones decenas de veces vistas y oídas.
Tim Hill dota al conjunto de buen ritmo. Sin embargo, el principal problema de Hop radica en su concepto. La película no logra encontrar su propio rumbo, quedando en un limbo narrativo que afecta su coherencia.
Soberbia Frances McDormand. La inmensa belleza de la película surge de la sutileza de los pequeños gestos. Es casi un wéstern existencial, un drama rebelde e inquieto, y al mismo tiempo, una obra hermosa y desgarradora.