Un gran wéstern social. Una de las películas más sorprendentes de los últimos años. Es cine mayúsculo sobre recompensas: económicas y, aún mejor, morales.
Una película que se presenta excesiva en varios aspectos: es blanda en su intento de ser dulce, se vuelve chusca al intentar hacer denuncia, sobreactúa cuando Sy intenta ser chistoso, y resulta más graciosa que cómica en sus momentos de humor.
Su fórmula narrativa acaba convirtiendo un defecto en una virtud. Nada hay más alejado del cine que ver a un tipo largando una teoría tras otra durante una conferencia. Tiene el valor de la divulgación de lo incontestable más allá de sus más nimios defectos.
A la película la han crucificado los críticos foráneos y quizá sea excesivo, porque aguanta dos tercios de historia; eso sí, en el último trecho se derrumba.
Es la merienda perfecta. Sin alcanzar la excelencia, todo está bien compuesto y cumple con creces tanto el universo de Roald Dahl como con el clásico ambiente del musical protagonizado por jóvenes de la calle.
Una especie de Buscando a Nemo de saldillo, destinada a los críos más pequeños (no más de 8-9 años), que no pasa de lo digno en el apartado técnico, mientras en el narrativo todo suena a subtextos, relatos y emociones decenas de veces vistas y oídas.
Más allá de lo insólito de la personalidad del autor origen de la película, esta solo logra ofrecer una dignidad básica y un par de enseñanzas valiosas para padres que tienen expectativas excesivas sobre sus hijos.
El guión de Emma Thompson ataviado de una moraleja no demasiado discursiva, encuentra dos perfectos aliados en el colorista diseño de producción y en la ágil dirección.
Soberbia Frances McDormand. La inmensa belleza de la película surge de la sutileza de los pequeños gestos. Es casi un wéstern existencial, un drama rebelde e inquieto, y al mismo tiempo, una obra hermosa y desgarradora.
Con cierta apariencia de comedia negra pero tratamiento blanco, el guion añade también una meritoria cuota de actualidad. La fórmula ya huele. Y, sin embargo, sigue oliendo más que aceptablemente.
Melodrama con toques de comedia. A veces, incluso algo extemporánea, como en los instantes de slapstick, definitivamente fuera de onda a pesar de la simpatía general del conjunto.
Los temas que aborda la obra surgen de manera fluida, sin que los giros sean evidentes. Esto es una clara señal del talento de un gran autor. Se logra un equilibrio perfecto entre la profunda trascendencia y la normalidad cotidiana, combinando hábilmente drama y comedia.
Una historia que sí hemos visto mil veces y que no acaba de enlazar bien con el mucho más atractivo planteamiento. Lastrada también por una estética new age algo gastada, la película deja sensación de corto alargado.
Es, quizá, algo más plana de lo debido en su puesta en escena, pero sus criaturas, paradójicamente cercanas e insólitas a un tiempo, nos devuelven el aroma de aquel cine de los setenta.
Más que el thriller en sí, lo que interesa a Kranik son sus personajes y el retrato de un microcosmos rural. 'Winter's Bone' es difícil de digerir, pero cautivadora.