La continuidad narrativa y el ímpetu nunca han sido los puntos fuertes de Hopper. En esta ocasión, la variabilidad de la historia diluye el impacto dramático, sin lograr el efecto de un mosaico cohesivo.
La sinceridad y la autenticidad aparente de esta propuesta me interesaron, incluso me conmovieron, aunque no creo que haya aprendido nada que no supiera.
Interminable western épico, que pasó de 199 a 161 minutos. Se dice que John Ford colaboró en la dirección, pero la película presenta un extenso lapso antes del decisivo ataque final.
Aunque la dirección de Brian Gilbert es adecuada, la única razón para verla es la actuación maravillosamente detallada, dulce y carismática de Stephen Fry.
Se esfuerza en recrear la euforia de las películas de rock de los 50, pero su ambiente está tratado con tal escarnio, que todos los personajes acaban pareciendo freaks bidimensionales.
Anunció el nacimiento de un gran talento; también impacta con sus inesperadas explosiones poéticas a las que Tarkovsky nos acostumbró. No se la pierdan.
Una de las epopeyas bélicas más inteligentes, hermosas e influyentes que se han hecho. Combinando el esplendor escénico de De Mille y las virtudes del teatro inglés.
El guion lo escribió principalmente Sartre. El film se beneficia de la fotografía en blanco y negro de Slocombe y de su excelente reparto secundario, pero sufre por la literalidad terca y anticinematográfica de Sartre.
Es una de las películas más originales de la historia del cine, tan vívida en sus obsesiones y en su expresionismo angular que casi logra inventar su propio género.