Los primeros cuarenta y cinco minutos son sobresalientes. Sin embargo, el tramo final, a pesar de contar con un clímax excelente, se vuelve redundante y cansador, ya que la duración de dos horas resulta excesiva.
Escatología, palabras gruesas, alusiones al sexo y guiños a la cultura popular se presentan nuevamente con un ingenio admirable y, en ocasiones, con un exceso reprobable.
Ésta es una comedia desmadrada que tiene muy claro el público al que va dirigida: los fans de Supersalidos y Superfumados. El despropósito se manifiesta en varios niveles, desde lo más deficiente hasta momentos realmente divertidos, incluyendo una media docena de pasajes hilarantes.
Algunos diálogos y situaciones son ingeniosos, pero el conjunto está tan presidido por las ganas de gustar, por el buen rollo y la epidermis, que acaba dando grima.
Lastrada parcialmente por su vertiente de obvio panfleto, la película cautiva por la mirada que Goupil aplica a los pequeños protagonistas, que es sensible, sin pretensiones y en ocasiones recuerda a la obra de Truffaut.
La película es bastante convencional, pero está elaborada con destreza. Sorprende cómo, sin recurrir a los habituales efectos digitales, se ha conseguido una actuación excepcional de los animales.
Hay que aplaudir forzosamente el extraordinario trabajo llevado a cabo en “Peter Rabbit” integrando con maestría imagen real y personajes de carne y hueso con animales.
Para devotos de las historias mínimas y profundamente humanas. El espléndido entorno natural de Islandia, en lugar de aportar vitalidad al relato, lo encierra en una atmósfera de tristeza constante, que se ve interrumpida de vez en cuando por momentos de humor inesperado.