Elemental en todos sus apartados, no es sin embargo una obra despreciable: su tono festivo, su ritmo acelerado, algunas ingeniosas líneas de diálogo. Es como una movida fiesta de pijamas para preadolescentes.
Varían algunos detalles, aunque la historia y su desarrollo son clavados a los del filme de Steven Spielberg y Tobe Hooper. Pero tiene brío, impacto y una factura brillante.
Sigue la línea abierta en los últimos tres lustros por el director, centrándose en un enfoque ensayístico y reflexivo. Reformula el lenguaje con una abundancia de texturas que los conocedores apreciarán.
Pone el piloto automático sobre el molde narrativo y estructural de la de Hallström. Retahíla de viñetas sin matices, donde todo es muy bueno o muy malo y convenientemente rociado con generosas dosis de almíbar.
Comedia con cicuta. Tibia visualmente, contiene suficientes dosis de subversión como para no pasar desapercibida. Y un secundario eminente: Jeffrey Tambor.
Morgan Freeman y Diane Keaton ofrecen actuaciones sobresalientes y aportan credibilidad a su inusual matrimonio, aunque los flashbacks que ilustran su juventud resultan un tanto forzados.
La película se desarrolla de manera fluida y tranquila, mostrando un guion que sabrá aprovechar al máximo el talento de su elenco. Lo mejor de la proyección es, sin duda, la actuación de Gandolfini, quien logra brillar a pesar de las limitaciones del material. Sin embargo, su presentación puede parecer un tanto liviana.
En todos y cada uno de sus registros, la mirada es crítica, y la exploración, rigurosa. La chispeante frescura del reparto es, naturalmente, una baza destacable del éxito final.
Es una comedia cálida, cordial y ligera, muy ligera. El tramo final de la película le quita solemnidad a la ceremonia. Sin embargo, el film se disfruta sin dificultad.
La premisa da lugar a escenas ingeniosas, dinámicas y bien escritas, donde brillan los dos actores. Sin embargo, las subtramas llevan la historia hacia una vertiente más sentimental y dramática, y por esta razón, la mezcla no termina de funcionar.
Como en otras ocasiones, la comedia le sirve [a Lee] para trazar una crónica que nada tiene de comedia. para exponer su mundo, su visión de la vida, de las relaciones, la música, y ofrecerlo todo en un tono espontáneo y desenfadado, como casual.
Un western cómico entretenido, en momentos realmente gracioso, aunque resulta sumamente irregular, alternando lo ingenioso con lo grosero sin ningún tipo de transición. A pesar de sus desbalances, la experiencia sigue siendo valiosa.
Es una muy necesaria bocanada de aire fresco, de libertad creativa y espíritu regenerador. Como comedia del absurdo, es lo más estimulante que nuestro cine ha parido desde la ya lejana e inolvidable 'Amanece, que no es poco'.
Un Woody Allen de su primera etapa, con mucho que pulir cinematográficamente, pero con unas constantes discursivas que ya perfilaban su inequívoco universo.