Besson no ha realizado tanto una adaptación como una lectura o apropiación del personaje. Sin embargo, se mantiene el sentido del humor y la libertad narrativa del material original.
La fama del personaje de ficción y los desafíos de la autora a la moral de la época salen a relucir, pero un estéril academicismo coloca este trabajo en el mismo montón de biopics literarios demasiado mecánicos
[Hooper] ha adaptado la novela con los acostumbrados automatismos de quien sabe que está facturando antes un producto oscarizable que una película con alma.
La apasionada historia escala hacia su supuesta catarsis de manera rutinaria y no se toma ni siquiera la molestia de plantear preguntas estimulantes. Ningún espectador, ni siquiera el más tolerante, merece tanta apatía.
Quizá sea la más contenida y antiespectacular de las películas de Miyazaki. El director logra hacer palpable lo invisible, creando un profundo melodrama que aborda la resignación.
Ortiz sabe contar en imágenes y logra armonizar los diversos registros y niveles narrativos de su propuesta con transiciones elegantes y precisas. formalmente deslumbrante
La película se desmarca de las servidumbres del género y se resiste a la tentación de representar la vida de Amelia Earhart de manera épica. Es tan complicado irritarse con esta película como también lo es sentir simpatía por ella.
La película comienza con un brillante chiste visual, aunque no consigue sostener esa calidad en el desarrollo. Sin embargo, resulta complicado identificar el error que hace que la obra se sitúe por debajo de sus inspiraciones.
Deslumbrante carta de amor a una Europa imaginada que acaba proponiendo un sofisticado discurso sobre la construcción de la nostalgia como paraíso privado. Todo en esta maqueta de alta precisión tiene ángel y genio.
No es una película despreciable, ya que ofrece interpretaciones sólidas y memorables de Geoffrey Rush y Emily Watson. Sin embargo, el resto del film se siente como un ejercicio de caligrafía académica.
Medina logra establecer un tono perfecto, enfocado en la atmósfera y en una articulación narrativa precisa, en lugar de depender del impacto inmediato. Este es un debut ejemplar que se distancia notablemente de la frivolidad.
'Oro negro' parece reducirlo todo a una lujosa pero vacía representación en la que el protagonista se limita a aprender a nadar y cuidar de sus pertenencias.
Mann ha firmado uno de los títulos mayores de su carrera, lleno de inagotables estímulos para el análisis: un clásico instantáneo tan susceptible de ser discutido como llamado a permanecer.
Palmaria torpeza de machihembrar una recreación didáctica del proceso, atravesada de una contradictoria nostalgia imperialista, con los modos de un melodrama sobre el tema de los amantes.
Finkiel no se amilana ante el desafío de dar forma cinematográfica a la confusión de tiempos e identidades, a la disolución de fronteras entre lo vivido y lo imaginado que distingue el original de la Duras.